De aquí en adelante todo lo que haga el gobierno de López Obrador será con vistas a las elecciones del 6 de junio de 2021. Incluidas, por supuesto, las vacunas.

Un gobierno corrupto como el actual, que falló en la contención de la pandemia, que se equivocó en su manejo económico y dejó a millones sin empleo, no puede encargarse del control de las vacunas sin que se vuelva un control electoral.

El primer año de gobierno llevaron la economía al crecimiento cero. El siguiente la hundieron en un rango que puede ir del –8 por ciento optimista a un –12 por ciento pesimista. En cuanto a la estrategia de seguridad se ha visto que entre más poder y beneficios económicos recibe el Ejército más ineficiente se vuelve: este año –con todo y pandemia– volvimos a establecer una marca histórica en los niveles de violencia. Con un par de añadidos para el 2021. Primero, los militares comprobaron su impunidad: te puede arrestar la DEA en Estados Unidos con cientos de mensajes y algunas grabaciones de conversaciones comprometedoras, y gracias a este gobierno puedes quedar libre. Como consecuencia de lo anterior, se reducirán las capacidades de los agentes de la DEA en nuestro país, lo que no hará sino incrementar el poder de los grupos criminales.

Los inexistentes logros en la economía y la seguridad no puede presumirlos electoralmente el gobierno, al contrario, serán armas para la oposición. En pasadas administraciones podía esperarse que antes de las elecciones el gobierno se dedicara a calmar las aguas. Del gobierno de López Obrador debemos esperar lo contrario: que provoque tempestades, que sea inflexible con su propuesta de subcontratación, por ejemplo, porque toda ira de la oposición él la capitalizará a favor de su guerra maniquea, que le permite tomar el mando del micrófono y alentar la idea de que el país está dividido en dos: los buenos, que son ellos, a favor de los pobres; y los malos, que es el PRIAN, que quiere recuperar sus privilegios y erradicar los programas sociales.

El gobierno piensa manipular la justicia persiguiendo también fines electorales. Dejamos de escuchar a Rosario Robles en las últimas semanas porque deben estar afinando la letra de lo que va a cantar. Su caso (en el que pusieron a un juez que es sobrino de sus peores enemigos políticos) es un ejemplo claro de corrupción de la justicia. No el único, porque piensan revivir el Show Lozoya. Todas sus acusaciones irán dirigidas contra panistas y priistas, para deslegitimar el nuevo frente electoral. Detuvieron el espectáculo porque desde las sombras les dirigieron el obús de los videos del hermano del presidente, golpe tremendo que el gobierno piensa que la población ya asimiló.

Pero sin duda el gran momento de postración del Poder Judicial ante el Poder Ejecutivo se dio cuando la Suprema Corte se avino a degradar su autonomía y mal que bien legitimó la farsa del proceso contra los expresidentes. El uso faccioso de la justicia será uno de los elementos centrales en la lucha por conservar la mayoría en el Congreso.

La maquinaría del apoyo social-electoral funcionará a todo vapor (¿Para qué enseñarles a pescar? Mejor démosles el pescado, dijo el presidente). Pero la carta fuerte electoral será la de las vacunas. Desde la ridícula ceremonia para recibir tres mil vacunas (que servirán sólo a mil quinientas personas) en un país de casi 130 millones de habitantes, dejaron ver clara su estrategia. Nadie conoce a detalle la agenda de vacunación que implementará el gobierno (porque la falta de transparencia es un arma electoral), pero lo que se puede ver es que la agenda tiene un fin: utilizar la vacuna como arma para las próximas elecciones. Los jilgueros del gobierno dirán que se trata de justicia social cuando no es sino mera estrategia electoral.

La estrategia contra el Covid fracasó por lo mismo que han fracasado la mayor parte de las iniciativas nacidas del gobierno: porque se sigue el plan del presidente y éste se basa principalmente en ocurrencias. El gran problema de México es el excesivo poder que concentra Andrés Manuel López Obrador. Desde los primeros momentos de la pandemia (cuando el subsecretario afirmó que el presidente no necesitaba cubrebocas porque la suya era “una fuerza moral, no de contagio”) se pudo advertir que el manejo de la pandemia sería eminentemente político, no científico, y así nos ha ido. A puro golpe de propaganda, nos han impuesto una cifra falsa de muertos (que según ellos rondan los 122 mil) cuando lo más probable es que hayamos rebasado los 300 mil. El gobierno no tiene control sobre la pandemia pero sigue teniendo el dominio de la información, al que agregará el de la distribución y aplicación de la vacuna. Para el gobierno no importan los muertos porque los muertos no votan.