Cuando el financiero Jeffrey Epstein fue encontrado colgado en su celda de la Metropolitan Correctional Center de Nueva York, difícilmente alguien compró la tesis del “suicidio”.

Acusado de tráfico sexual con menores, el caso que alcanzó relevancia mundial colocaba contra la pared a personajes como Donald Trump, Bill Clinton y el príncipe Andrés del Reino Unido.

Epstein sabía demasiado. Y destapar esa Caja de Pandora –incluyendo los vuelos en el Lolita Express y los fines de semana en su Isla privada con jóvenes menores de edad- podrían significar la potencial incriminación de poderosas celebridades de la alta sociedad política y financiera mundial.

De acuerdo con distintos y muy prestigiados médicos forenses norteamericanos, el “suicidio” de Epstein difícilmente podría sostenerse. Los periciales se inclinan más por un asesinato.

Viene el muy reciente recuerdo, porque en México difícilmente alguien comprará la tesis de que Arturo “N” se suicidó en su celda del penal de Santiaguito, en el Estado de México.

El hombre de 57 años fue detenido apenas el domingo 16 de agosto en Toluca, acusado de ser uno de los autores del asesinato de Luis Miranda Cardoso.

La víctima era nada menos que el padre de Luis Miranda Nava, hombre de todas las confianzas del ex presidente Enrique Peña Nieto, de quien fue no solo su Subsecretario de Gobernación y más tarde Secretario de Desarrollo Social.

Curiosamente dos dependencias que están sometidas hoy al severo escrutinio del gobierno de la Cuarta Transformación, por el manejo poco transparente e incluso ilegal de fondos públicos.

Desde la Estafa Maestra que se operó en la Sedesol y que tiene hoy a su titular Rosario Robles en la cárcel, hasta las recientes investigaciones de Frida Martínez, la administradora de la Policía Federal, a quien se le investiga por el presunto desvío de miles de millones de pesos.

Luis Miranda Cardoso siempre fue un miembro directo del llamado Grupo Atlacomulco. Fue presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de México durante los gobiernos de César Camacho y de Arturo Montiel.

Al momento de su muerte fungía como titular de la Notaría Pública 166 y el crimen presuntamente por robo a casa habitación se perpetró el pasado 11 de agosto en su residencia de la Calle Texcoco, en la Colonia Sector Popular.

Hay quienes insisten en que lo que se encontró en la escena del crimen presumiría algo más que un simple robo. El hombre atado a una silla, amordazado y victimado a balazos.

Al acudir a la casa de su padre, Luis Miranda Nava declaró que no tenía idea ni quería especular sobre el asesinato de su padre.

“Los van a encontrar… Lo que pido es, nada me puede devolver a mi padre, pero si me pueden ayudar a encontrar a esos malditos”, dijo.

Cinco días después del crimen investigado por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México fue detenido Arturo “N”, quien habría trabajado para Luis Miranda Cardoso.

Un día despúes, en la audiencia de descargo, Arturo “N” reveló que tres personas más participaron en el asesinato del padre del ex Secretario de Sedesol.

Bajo esa denuncia el juez programó para el 20 de agosto la continuación de esa audiencia, en la que se desahogarían seis testimoniales y cuatro documentales.

Arturo “N” no podría revelar más. La noche del lunes 17 fue hallado sin vida a las 22:30 horas, colgado de un pantalón atado al barrote de la ventana de su celda.

Los analistas de inteligencia advierten una elevada probabilidad de que Arturo “N” no se haya suicidado. Y no descartan la posibilidad de una ejecución. Si como se dice, el hombre trabajó para Miranda Cardoso, tenía demasiada información.

Para algunos Arturo “N” podría tratarse de un “Mario Aburto”, un símil del personaje implicado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio, a quien se le inculpó del crimen en medio de severas dudas. Ya no podrá responder a los cuestionamientos que lo llevaron a cometer el condenable crimen.

Aunque para otros, Arturo “N” podría ser un “Lee Harvey Osvald”, un personaje que al igual que el presunto asesino de John Fitzgerald Kennedy, acabó ejecutado presumiblemente por los mismos “Jack Ruby” que lo contrataron para cometer el magnicidio.

Sea como fuere, muy pocos compran la simple versión del suicidio, a solo 48 horas de su detención.

Los perfiles de los personajes involucrados en esta tragedia abonan a la tierra fértil de la conspiración. ¿Muerto el inculpado, se cerró el caso?

Sea como fuere, Arturo “N” puede inscribirse como un Epstein mexicano. Y al igual que el financiero multimillonario que se “suicidó” en su celda de Nueva York, su muerte era más valiosa que su vida. Siempre el silencio del acusado impedirá descubrir la verdad.

Ramón Alberto Garza