Los servicios de inteligencia, el Departamento de Justicia y el Departamento de Estado norteamericanos están alarmados por lo que sucede en México con la inseguridad. Y no es para menos.

Lejos de ver una clara estrategia del gobierno de la Cuarta Transformación para hacerle frente a los cárteles de la droga, lo que se transpira en el mejor de los casos es incompetencia. Lo peor, complicidad.

Ya tenían encendidas las luces de alerta desde octubre del 2019, cuando -haya sido quien haya sido- se dejó escapar a Ovidio Guzmán Salazar, el hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Sorprendido y detenido en Sinaloa, en unas horas su captura tomó un giro de 180 grados cuando nadie sabe, nadie supo, quien dio la orden para devolverle su libertad.

Para algunos jefes de la inteligencia norteamericana, aquella fue una liberación pactada, disfrazada de un canje con el pretexto de evitar una masacre de soldados y civiles en Culiacán.

No habían pasado tres meses del vergonzoso canje, cuando el 29 de enero de este año se dio una fuga en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México. Era de otro integrante del Cártel de Sinaloa, muy ligado a los hijos de “El Chapo”.

El reo fugado era nada menos que Víctor Manuel Félix Beltrán, alias “El Vic”, cuñado de Jesus Alfredo Guzmán Salazar, alias “El Alfredillo”, medio hermano de Ovidio Guzmán López.

Como dato curioso, cinco días antes de su escapatoria, el 24 de enero, el gobierno federal había firmado su extradición a los Estados Unidos.

La DEA buscaba procesarlo en la Corte Federal del Distrito Norte de Illinois bajo los cargos de asociación delictuosa, en las modalidades de distribución y fabricación de drogas, además de ser parte de la red de lavado de dinero del Cártel de Sinaloa.

Su documentación para el traslado ya había sido firmada por la Secretaría de Relaciones Exteriores, que lo pondría a disposición de la Fiscalía General de la República y de la Secretaría de Gobernación. La oportuna fuga frustró la extradición.

Víctor Manuel Félix Beltrán es hijo de Víctor Manuel Félix Félix, alias “El 69”, compadre de El Chapo y presunto responsable de las rutas de la cocaína de Colombia, Perú y Ecuador hacia México y operador financiero del Cártel de Sinaloa.

Desde el 2013 la DEA tenía interceptados los teléfonos de “El Vic”, documentando llamadas con otros capos como Héctor y Edgar Valencia y Jorge Mario Valenzuela, alias “EL Marito Choclos”.

Las intercepciones de esas llamadas frustraron en su momento grandes cargamentos de cocaína, heroína y efectivo en Los Ángeles, la costa del Pacífico y la frontera norte entre México y los Estados Unidos.

Dos meses exactos después de la oportuna fuga que evitó la extradición de “El Vic” -el 29 de marzo de este año- el presidente Andrés Manuel López Obrador acudió a Sinaloa, hasta la sierra de Badiraguato. Iba a supervisor obras carreteras.

Ahí en esa sierra bajó de la camioneta que lo transportaba, sin escoltas, para acudir al encuentro de María Consuelo Loera Pérez, madre de Joaquín “El Chapo” Guzmán y abuela de Ovidio Guzmán Salazar.

“Te saludo, no te bajes, no te bajes, recibí tu carta”, le dijo el mandatario a la madre y abuela de los capos. Después del saludo, el presidente fue escoltado a su camioneta por el abogado de El Chapo.

Por eso los servicios de inteligencia y de justicia de los Estados Unidos están alarmados. Porque en solo cinco meses, con tres distintos actos se evidenció un trato especial del gobierno de la Cuarta Transformación hacia el Cártel de Sinaloa.

¿Serán todas esas deferencias distintas a las que le dispensó Genaro García Luna en el 2001 al reo fugado Joaquín “El Chapo” Guzmán en su primera fuga de Puente Grande, un favor que lo convirtió en director de la AFI en el sexenio foxista y en Secretario de Seguridad Pública en el sexenio calderonista?

Con más de 45 mil muertos en los primeros 16 meses del gobierno de la Cuarta Transformación, los analistas norteamericanos estudian si se bajó la guardia en el combate a los grandes cárteles de la droga.

Porque saben que desde la Guardia Nacional hasta la Secretaría de la Defensa, policías y militares, se cuestionan si vale arriesgar sus vidas, cuando los jefes del narco que ellos capturan, terminan canjeados o fugados, tendiéndoles la mano en la libertad de sus territorios.
CÓDIGO MAGENTA