Bienestar afectivo o riqueza material, un dilema que plantea Steinbeck
Uno de los capítulos más apasionan-tes y provocadores del libro Las praderas del cielo, del premio Nobel de Literatura John Steinbeck (1902-1968), es ilustrado por el artista Ricardo Peláez Goycochea, un episodio que cuestiona las normas morales impuestas por la sociedad.
No se trata de una novela, sino de un conjunto de relatos que se relacionan entre sí y que pueden leerse de forma independiente. Historias y personajes que lo único que tienen en común es vivir en la misma geografía, de modo que los capítulos del libro se pueden identificar por el nombre de su protagonista.
Peláez Goycochea, quien también escribió una adaptación del texto literario, seleccionó el episodio en torno a Junius Maltby, personaje que, por motivos de salud, se traslada de la ciudad a vivir al campo, donde, entre otras vicisitudes, encuentra a una mujer con quien se casa y se enfrenta a la responsabilidad de hacerse cargo de la formación moral, física e intelectual de su hijo.
Entre las cuestiones que se reflejan en ese relato de Steinbeck, destaca la reflexión sobre ¿dónde radica la dicha del ser humano: en la riqueza material o en la educación cultural, espiritual y el bienestar afectivo?, explicó Peláez Goycochea, en charla con La Jornada.
De igual forma, señaló, se plantea el caso de un par de amigos varones, quienes acaban haciéndose cargo, de manera coyuntural, de la educación de un niño. La cuestión es cómo crían a un menor esos dos varones: “dos perfectos holgazanes, pero profundamente cariñosos y asertivos en esa crianza”.
Publicada por el Fondo de Cultura Económica, dentro de su colección Novela Gráfica Popular, el relato de Junius Maltby “permite pensar sobre qué es lo que una sociedad aprecia como virtuoso en un ser humano: su capacidad o apariencia de hacer dinero o el desarrollo espiritual y cultural”.
Es un relato en que se pone de manifiesto “cómo los juicios y criterios de la sociedad determinan quién se conduce de acuerdo a las normas morales impuestas por esa misma sociedad”.
Es una historia muy vigente, consideró Peláez, porque en la actualidad vivimos en una sociedad del deber ser, de la apariencia y de cumplir con una serie de expectativas; en la que si no acumulas riqueza material, se piensa que eres un fracasado, además de creer que alguien que vive a través de la curiosidad, el conocimiento y la cultura es un holgazán.
La ilustración aporta “una emotividad visual”, donde a los personajes, a la manera de un director de cine, los hacemos actuar, dijo el autor.
Como ilustrador, “retrato sus expresiones, su gestualidad corporal, busqué una locación, se pensó si es una toma cercana o un plano general, además de documentarse sobre la época en la que transcurre la historia, que en este caso es a principios del siglo XX. Es un trabajo que, a final de cuentas, implica una cierta producción cinematográfica, pues los ilustradores somos como un director de cine, pero sin moverse del restirador”, concluyó Peláez Goycochea.