¿Qué hacemos con López-Gatell? Jorge Zepeda Patterson
López-Gatell no me parece héroe ni villano; simplemente un ser humano con virtudes y defectos, un funcionario con la responsabilidad de millones de vidas en sus manos. Foto: Galo Cañas, Cuartoscuro.
Nueve gobernadores piden la renuncia de López-Gatell, acusándolo de haberlos amenazado con fincarles responsabilidad jurídica en la crisis de salud. Familiares de fallecidos por la COVID-19 afirman que habrán de denunciarlo penalmente por lo que consideran una estrategia deliberada para boicotear el uso del tapabocas. Prensa, comentocracia y redes sociales cuestionan y ridiculizan al responsable de la campaña de salud frente a la pandemia y también exigen su despido.
Del otro lado, el Presidente y los suyos defienden la solvencia del doctor, sus credenciales científicas, su experiencia en epidemiología, su energía infatigable y su honestidad profesional. Se citan estadísticas sobre el favorable desempeño de México si se considera el tamaño de su población, el crecimiento milagroso en términos de capacidad instalada de camas y respiradores, el esfuerzo descomunal que supuso el “aplanamiento” de la curva de contagios.
¿Quién tiene la razón? ¿Ha sido un desastre la estrategia seguida por México en contra de la pandemia, como afirman los críticos? O por el contrario, ¿ha salvado al país de una tragedia que pudo haber sido más brutal, como aseguran los defensores de la 4T?
Probablemente hay un poco de verdad en ambos planteamientos, por absurdo que parezca esta fusión de argumentos opuestos. Hay aciertos y errores en la concepción, desarrollo y evolución de la campaña de salud pública impulsada por el Gobierno. Antes de hacer un juicio categórico, habría que repasar puntualmente algunos de ellos.
Acierto. Nadie puede ignorar el estado calamitoso en que se encontraba el sistema de salud en México a principios de este año. En su mayor parte era el resultado de la manera sistemática en que fue sangrado por administraciones anteriores por actos de corrupción, desviación de fondos con motivos políticos y estrategia deliberada para fortalecer el sistema de hospitales privados en detrimento de la salud pública. Pero también hay alguna responsabilidad en el actual Gobierno; la pandemia lo sorprendió al inicio de un replanteamiento para buscar salud gratuita con carácter universal y una refundación del sistema de adquisición y distribución de medicinas.
No había desaparecido el viejo sistema pero tampoco había nacido el nuevo. Ese es el inventario que recibió López-Gatell para hacer frente a la peor crisis de salud que ha abatido al mundo en las últimas décadas.
En tales circunstancias, es notable el esfuerzo de organización, la construcción de alianzas con el sector privado, la adquisición de las suficientes camas y ventiladores para evitar el colapso, la formación de 50 mil asistentes médicos de emergencia. No bastaba con alcanzar ciertos objetivos numéricos a nivel nacional, había que asegurar que la suficiencia se reprodujera en cada territorio a lo largo de los 2 millones de kilómetros cuadrados.
Desacierto. El manejo del tapabocas ha sido desafortunado por parte del funcionario. No sé si la desestimación de López-Gatell al uso de tapabocas se debió al principio a una legítima convicción de que no hacía diferencia en el contagio (posición inicial de la Organización Mundial de la Salud) y después al orgullo que le impedía reconocer el equívoco, o de plano al deseo de que el contagio continuase a una velocidad moderada y la población alcanzase la inmunización de rebaño. Quizá una mezcla de las razones anteriores. Pero lo cierto es que a la luz de la información hoy conocida en todo el mundo, López-Gatell mantiene aún una posición innecesariamente ambigua.
Admite que es una medida útil, entre otras, pero prescindible si se mantiene la sana distancia y advierte de algunas desventajas: propicia en la población una falsa sensación de seguridad que le lleva a asumir riesgos, hay desconocimiento en la manera de usar un tapabocas y terminan convertidos en fuente de infección, no detienen completamente las partículas infecciosas. Pero siempre queda la impresión de que son argumentos ex post, para no dar su brazo a torcer.
Si está reconociendo que son de alguna ayuda, como lo demuestra la estadística en muchos países y considerando que hay vidas en juego, en lugar de desestimar el tapabocas tendría que enfatizarse su uso y hacer campañas para minimizar sus desventajas (uso correcto, tipo de materiales, etc.).
Acierto. El doctor López-Gatell ha tenido la valentía de llamar la atención sobre la verdadera plaga de salud pública en México: diabetes, obesidad, desnutrición. Las otras epidemias sobre las que se ha montado la COVID-19. Obviamente afecta a una industria que ha convertido a la infancia en un adicto cautivo y carne de cañón para el desarrollo de precondiciones que deberían ser inaceptables en una sociedad responsable.
El odio que genera López-Gatell responde no solo a que se ha convertido en cabeza de turco idóneo para atacar a López Obrador, sino también a las campañas de la poderosa industria alimenticia (es un decir) que intenta hacerle pagar por su atrevimiento. Con todo, habrá que reconocerle al funcionario que haya aprovechado la pandemia para llamar la atención sobre este crimen sistemático en contra de la población.
Desacierto. López-Gatell, como responsable de organizar los esfuerzos de los mexicanos en contra de la pandemia, debió haber sido más firme ante la desinformación del Presidente y sus mensajes equívocos.
López Obrador seguramente actuaba de buena fe cuando señalaba ya tan tardíamente como el 2 de marzo: “¡eso de que no se puede abrazar; no! Hay que abrazarse, no pasa nada!”.
Obviamente el mandatario aún no estaba consciente de lo que se nos venía encima, pero un experto en epidemiología como López-Gatell para entonces lo tendría muy claro. En Estados Unidos su equivalente, el doctor Fauci, reconvino a su Presidente, Donald Trump, por lo errores de sus mensajes al público, desautorizando sus afirmaciones. López-Gatell no se atrevió. La salud de los mexicanos tendría que haber sido más importante que no hacer quedar mal a su jefe.
Cada cual tendrá que hacer un balance. Estadísticas hay para todos los gustos. 50 mil muertos son muchos, pero también es cierto que los fallecidos en proporción a la población todavía están por debajo de la cifra alcanzada en varios países de Europa y en Estados Unidos, pese a que allá contaban con sistemas de salud más robustos y poblaciones menos aquejadas por las famosas precondiciones.
López-Gatell no me parece héroe ni villano; simplemente un ser humano con virtudes y defectos, un funcionario con la responsabilidad de millones de vidas en sus manos, sin los suficientes recursos para encarar la tarea y enfrentado a muy poderosos intereses empeñados en desbarrancarlo.