Manotazo de García Harfuch, la destitución de Don Gato y su pandilla…
Michoacán despertará este lunes con nuevo titular de la SSP. El reto es que, algún día, también despierte con otra historia.

Este domingo se produjo un movimiento que pocos veían venir y que, sin embargo, muchos esperaban desde hace meses: la caída de Juan Carlos El Gato Oseguera, secretario de Seguridad Pública de Michoacán, y de su subsecretario José Ortega.
La instrucción vino desde la Federación, pero fue pactada con el Gobierno estatal. Ante el caos, Omar García Harfuch ya no pidió explicaciones: ordenó la inmediata, inaplazable destitución.
En un estado donde la violencia avanza como mancha de aceite, el relevo no es solo administrativo. Es, sobre todo, eminentemente político. Y también simbólico.
SOCIEDAD SOCAVADA
Porque bajo la gestión de Oseguera —un funcionario más preocupado por mantener su pequeño reino que por enfrentar al crimen— la inseguridad no solo empeoró: se desbordó. El asesinato del alcalde Carlos Manzo fue un golpe directo al corazón de la gobernabilidad, y machacó una verdad incómoda: los grupos armados ya no solo disputan territorios; taladran a toda la sociedad.
Mantienen sometidos a productores, comerciantes, transportistas, empresarios y autoridades de todos los niveles.
A pesar de ello, El Gato Oseguera se mantenía intocable. Su nombre circulaba en los pasillos, en sobremesas y redacciones. Nadie entendía cómo sobrevivía al naufragio. Y en el gremio periodístico, su paso dejó algo peor que malos resultados: dejó agresiones, Abusos.
Las periodistas Dalia Villegas, de Quadratín, y Liliana Jiménez, una de las voces más respetadas en temas de seguridad, son tan solo dos ejemplos de los ataques psicológicos y físicos, protagonizados por él mismo y sus subalternos.
La respuesta institucional fue vergonzosa: silencio primero, burlas después. Y al final, nada.
Por eso, este domingo, cuando se anunció que el vicefiscal José Antonio Cruz, hombre cercano a García Harfuch, asumiría como nuevo secretario, la lectura fue inmediata: se acabó el respaldo político. Se acabó la cobija. Se terminó el juego.
EL PATALEO
Pero la historia tuvo su capítulo final de tensión. En las horas previas a la caída, alguien filtró al Gato Oseguera y a su círculo que el nombre de José Antonio Cruz se estaba imponiendo en la negociación.
Y Don Gato y su pandilla hicieron lo que suele hacer el poder acorralado: apostaron al sabotaje. Desplegaron panfletos acusando a Cruz de supuestos nexos con grupos delincuenciales.
Una campaña burda, desesperada y demasiado evidente. Los intentos no cuajaron: García Harfuch ya había decidido el movimiento y, lo más importante, había realizado un gesto político que desmontó cualquier resistencia.
Tuvo la cortesía —y la inteligencia táctica— de consultar y acordar con el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla el nombre del sucesor. Se barajaron varios perfiles, pero el consenso final cayó en Cruz, quien llevaba tres años trabajando en los temas de seguridad del Estado y apenas había asumido la vicefiscalía general.
Y ahí emergió el inevitable elemento narrativo: Don Gato y su pandilla. Oseguera, rodeado de su círculo de leales, jugó durante años a controlar la colonia, como si Michoacán fuera ese callejón del dibujo animado.
Pero aquí no había humor, ni música alegre, ni moralejas. Había muertos, regiones sometidas, alcaldes asesinados, productores extorsionados y periodistas golpeados.
EPITAFIO
Hoy, el truco se les acabó. Y la pandilla cayó.
La designación de Cruz no resuelve la zozobra, pero sí envía un mensaje claro: la Federación decidió intervenir en serio en un estado donde la línea entre autoridad y criminalidad se volvió demasiado delgada.
García Harfuch colocó a un hombre que conoce el territorio, que entiende el rompecabezas institucional y que llega, esta vez, con respaldo doble: el de la Federación y el del propio Gobernador.
Michoacán despertará este lunes con nuevo titular de la SSP. El reto es que, algún día, también despierte con otra historia: una en la que la seguridad deje de ser caricatura y vuelva a ser obligación del Estado. Una en la que la vida, por fin, pese más que las intrigas de una pandilla
Quadratin
