Hace un año publicamos en este espacio, el primer texto sobre la urgencia para millones de niñas y niños, de volver a clases presenciales.

“¿No es momento de abrir escuelas, así sea parcialmente? ¿De buscar hacerlo de forma estratégica? No se trata de abrir como si no pasara nada. Ahí está el virus. Pero cada vez lo conocemos mejor y hemos ido aprendiendo a convivir con él” (https://heraldodemexico.com.mx/opinion/2020/8/28/reabrir-escuelas-202852.html), escribíamos en estas Definiciones. “Con medidas sanitarias, aforos controlados, horarios extendidos y privilegiando espacios abiertos, se pueden abrir las escuelas”, publicamos.

Hace un año, a algunos les pareció un disparate, uno que varios países asiáticos y europeos, ya consideraban y aplicaban. Pocos países cerraron, como el nuestro, todas las escuelas al mismo tiempo. Ese cierre total no tuvo sentido alguno, pues el virus nunca ha tenido la misma intensidad al mismo tiempo en todo el territorio.

Un año más tarde, el conocimiento y la ciencia se han acumulado, y más allá de los temores de algunos y la desconfianza de otros, la realidad es contundente: “el daño de tener escuelas cerradas es mayor que el de abrirlas”, UNICEF; “las escuelas, con medidas sanitarias, no son foco de contagio”, OMS; “el cierre de escuelas prolongado generará una catástrofe generacional”, ONU.

Prácticamente en todo mundo el mensaje se ha entendido, pero en nuestro país, siguen las resistencias. México es uno de los pocos países del mundo con planteles educativos cerrados.

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Estamos ante la crisis educativa más grande a la que nos hemos enfrentado. Las consecuencias no alcanzamos ni a dimensionarlas. Han pasado 17 meses desde que comenzó el brote de COVID en México, y el desarrollo de millones de niños sigue interrumpido.

Las escuelas deberían ser las últimas en cerrar y las primeras en reabrir, han dicho UNICEF y UNESCO. Los planteles educativos, con medidas y cuidados no son focos de contagio. Lo dice la ciencia. Pero aquí hemos hecho las cosas al revés: las escuelas fueron lo primero en cerrar y serán lo último en abrir. Todo está abierto ya, pero 30 millones de niñas y niños siguen sin clases presenciales.

Casi año y medio después, sabemos lo que sirve y lo que no. Sabemos que funciona el cubrebocas, la distancia y ventilar los espacios, por ejemplo. Esas tres cosas pueden adaptarse a la vida educativa.

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El cierre de escuelas es una “emergencia educativa a nivel mundial”, alertó UNICEF hace un año. En México, más de seis millones de menores ya abandonaron sus estudios y quizá no vuelvan a ellos (SEP). “El cierre de escuelas expone a los menores a riesgos como abusos, trabajo infantil, trata de personas, enfermedades, embarazo adolescente, explotación sexual, desnutrición y deserción”, aseguró Margarete Sachs-Israel, asesora de educación de UNICEF para AL y el Caribe. “Las escuelas no son puntos de propagación”, dijo Robert Jenkins, jefe de Educación de Unicef desde el 7 de diciembre, e instó a evitar cierres nacionales.

La OMS publicó el 18 de octubre de 2020 el documento “Qué sabemos sobre la transmisión de la COVID-19 en escuelas”. La conclusión fue contundente: no son foco de contagio.

Es momento de preparar el regreso a partir del primer día de ciclo escolar 2021-2022. El 30 de agosto las escuelas deben abrir. El regreso debe ser voluntario, pero no debe prohibirse a nadie volver. Si hay quienes no desean enviar a sus hijos hasta que el mundo entero esté vacunado, no haya variantes y desaparezca el virus, está en su derecho. Quizá transcurran años para eso, pero están en su derecho. Como lo están quienes desean que sus hijos acudan a convivir, desarrollarse y estudiar con otros niños. Si los menores quieren ir a la escuela, ningún gobierno, mucho menos grupos que tratan de imponer su visión, deben poder negarlo.

En México, todos los adultos mayores de 50 años que han querido vacunarse, tiene su esquema completo. Se aplican ya segundas dosis a mayores de 40 años y se ha puesto primera dosis a buena parte de adultos de entre 30 y 39, y ya comenzó la vacunación de los de 18 a 29. Todo el personal docente también está inmunizado.

No se trata de abrir como si no pasara nada, sino de hacerlo con medidas sanitarias.

Millones de estudiantes han visto comprometidos su presente y futuro. El daño es incalculable. Las consecuencias emocionales, psicológicas y académicas, aun difíciles de dimensionar. Seguir frenando el desarrollo de los niños derivará en una “catástrofe generacional”, como advirtió hace justo un año, el 4 de agosto de 2020, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.