¿Cómo regresamos a clases?
VERÓNICA MALO
¿Era necesario regresar a clases? Sin lugar a dudas, pero lo adecuado era garantizar y priorizar la seguridad de los estudiantes en diversos frentes. Hoy, el sanitario es el principal de ellos, si bien no el único.
El gobierno federal —y los estatales en coordinación con el primero— tuvo más de un año para planificar el regreso a clases. Apoyar a centros educativos públicos y establecer directrices para los privados. Más de un año para idear algo medianamente coherente.
Teniendo el tiempo, el equipo, el dinero y los medios se prefirió incluir propaganda en los libros de texto. Ya sabemos también el derrotero de esto: solo se editaron dos y resultaron tan malos que no se utilizarán (al menos no en el ciclo escolar que inicia).
La SEP publicó su acuerdo para el regreso a clases presenciales, tan mal planeado y peor ejecutado que la misma carta compromiso que se pedía firmaran los padres de familia fue desechada; eso además de negada por López Obrador. Un decálogo donde los padres aparecían como los principales responsables del regreso a clases, nunca la autoridad. Una voluntad obligada o, lo que es lo mismo, una obligatoriedad voluntaria. Ni en eso ha habido claridad.
Y es que el regreso a clases se presentó como voluntario, pero muchos padres de familia reclamaron ayer mismo que fue obligatorio. Y por supuesto que lo último fue cierto en muchas escuelas; ante la amenaza velada de poder quitarles su afiliación a la SEP, la forma “voluntaria” se convierte en imposición.
La Secretaría de Salud estableció protocolos y medidas de sanidad para asegurar los entornos educativos, pero en los hechos, la SEP no los ha llevado a cabo o su puesta en marcha se la ha endilgado a los padres y maestros; eso sin olvidar que cada entidad federativa puede adoptar sus condiciones particulares. Un “háganle como puedan” generalizado.
¿Alguna autoridad pensó en el transporte de los pequeños? La mayor parte de ellos usa el transporte público para llegar y volver de la escuela. En promedio dos horas diarias de recorrido y éste, más allá del uso de cubrebocas —y eso no siempre—, carece de otras medidas de prevención. No quiero ni pensar en los focos de contagios que eso puede representar.
Las prioridades de la 4T son otras. No son los niños; nunca lo han sido en el plano educativo, ahora se confirma que tampoco por cuanto a su salud. Así quedó demostrado, tanto en el tiempo que se publicaron los protocolos, dos semanas antes del inicio de clases, como durante el tiempo dedicado por el inquilino de Palacio a criticar a Ricardo Anaya, a la CNTE, al FRENAA y a hablar de su libro y de porqué lo deberían leer sus detractores. En las tres últimas mañaneras que ha encabezado no le dedicó tiempo de calidad al tema educativo; quejarse de que los medios de comunicación difundieron la carta compromiso inicialmente solicitada por la dependencia no cuenta.
Así, ayer amanecimos con escuelas abandonadas, en ruinas, saqueadas durante la pandemia. Aquellas que no contaban con agua, siguen careciendo de ese bien. Incontables centros escolares sin servicios para el aseo. Ya no se diga con suficiente gel antibacterial, jabón y un programa (real y verificable) de desinfección y ventilación de aulas y espacios de convivencia.
Este régimen está enfocado en trastocar la historia para sus mejores intereses, buscando implementar sus ideas —no llegan a ideología. Presume de su legado histórico, pero el presente está carente de miras donde fincar su futuro. Aun cuando se ha tenido el tiempo y la capacidad para proponer una estrategia para el regreso a la escuela segura, se prefirió jugar con incluir, a como diera lugar, a López Obrador en los libros de texto.
Hoy la parte que le correspondía hacer al gobierno deja todo qué desear. Los niños regresaron a las aulas pero la pregunta sigue siendo la misma de hace 15 meses: ¿cómo lo hacemos?