Denise Dresser

Envíenme al paredón.

Quémenme en la hoguera. Córtenme la cabeza. Confieso que soy “traidora a la patria” porque prefiero las energías limpias a las sucias, prefiero la preservación ecológica a la devastación ecológica, prefiero el patriotismo crítico al patriotismo manipulado.

Sé que el disenso es un derecho democrático que -como ciudadana- puedo y debo ejercer cuando el gobierno incumple promesas o abdica a su responsabilidad.

Sé que pensar distinto es parte de la pluralidad que el pensamiento único teme y busca erradicar.

Crecí luchando contra el autoritarismo priista y rehúso celebrar su resucitación, disfrazado de progresismo que dista de serlo.

Entiendo que hoy México enfrenta el peligro de las “Tres P’s” que Moisés Naím detalla en La revancha de los poderosos, y me toca el reto generacional de responder al populismo, la polarización y la posverdad.

Si esa tarea lleva a que el oficialismo me tache de traidora, acepto la etiqueta.

Me niego a traicionar la aspiración de un México más democrático, más justo y más equitativo del que vende López Obrador.

Colóquenme las cadenas porque creo en el Estado robusto e intervencionista que coexiste con el mercado, en beneficio de consumidores, exprimidos y maltratados durante décadas por empresas privadas y empresas públicas.

Creo en el Estado que diseña reglas para el capitalismo democrático y competitivo, en el ámbito energético y muchos más.

Me enojan las políticas extractivas de Iberdrola, pero también las de Carlos Slim, porque el problema no es la nacionalidad de una empresa, sino los abusos que el gobierno le permite.

Me molesta la rapacidad de compañías trasnacionales, pero también la ineficiencia contaminante y políticamente perversa de Bartlett al frente de la CFE

Pienso que el discurso patriotero enciende los ánimos, pero no resuelve los problemas.

Pienso que la exaltación de la soberanía no debe ser pretexto para instrumentar políticas del pasado, contraproducentes para el futuro.

Si creer que a México le urge sumarse a la transición energética global, y promover energías limpias es sinónimo de vileza, me declaro vil.

Pongan mi cara en un poster y péguenlo en la pared, al lado de los ambientalistas asesinados en este sexenio.

Enciérrenme tras las rejas porque me preocupa la devastación ambiental que acarreará en Tren Maya, al pasar por la selva, arrasando, cortando, mutilando. Encarcélenme porque creo que es indispensable poner un alto a sexenio tras sexenio de obras públicas mal planeadas e improvisadas, violatorias de las normas, sin manifestaciones de impacto ambiental, sin proyectos ejecutivos.

Ya hemos padecido las consecuencias de demasiadas bardas sin terminar, estelas de luz plagadas de corrupción y sobrecostos, trenes que nunca llegarán a su destino, y aeropuertos inaugurados sin haber sido concluidos.

En la península de Yucatán se está soltando otro elefante blanco, destructor de cenotes, talador de árboles, aniquilador de ecosistemas.

Si quieren acusarme de pseudoambientalista, háganlo.

Si pelear contra las grandes mentiras que se cuentan -con otros datos- desde el púlpito presidencial me convierte en Judas, cuélguenme del árbol de una buena vez.

Apedréenme en la plaza pública porque sigo pensando que los contrapesos son importantes, los partidos políticos son necesarios, las instituciones son cruciales para la posibilidad democrática.

Arránquenme las uñas de los dedos cada vez que intente evidenciar el muro de secretismo creado por la militarización, los subterfugios pseudolegales defendidos por el ministro Zaldívar, la manipulación de la opinión pública en el #QuiénEsQuiénEnLasMentiras, y el ataque incesante del poder a críticos y “adversarios”.

Colóquenme en una pira por protestar cuando desaparece una mujer, o el cuerpo de otra es encontrado en una cisterna.

Azótenme cada vez que alerte sobre los riesgos de glorificar la imaginaria militar.

Quémenme en la hoguera cuando insista que “la mafia en el poder” no ha sido desmantelada, sólo ha cambiado de manos o permanece en las mismas: Grupo Vidanta y Grupo Carso, la CFE y la Sedena, el Ejército en Ayotzinapa y el Ejército en el Aeropuerto Felipe Ángeles.

El Estado mafioso, renombrado y robustecido, con nuevos nombres y viejas alianzas.

Si defender a México del populismo, la polarización y la posverdad me vuelve “traidora”, lo seré.

Y ojalá, tú, lector o lectora, también.

REFORMA