Se seca el Río Bravo, peligra el pez carpa chamizal
jueves, 4 de agosto de 2022
Por primera vez en cuatro décadas, el quinto río más largo de Estados Unidos se secó en Albuquerque la semana pasada. Con el agua desaparece el hábitat del pequeño carpa chamizal, un reluciente pez de la zona del tamaño de un dedo meñique.
Hacía un calor sofocante una tarde reciente en Albuquerque cuando un vehículo todo-terreno recorrió un tramo del río Bravo que se estaba quedando sin agua. Los ocupantes del vehículo no buscaban diversión. Eran biólogos que trataban de salvar un pez en peligro de extinción antes de que el sol convirtiese la poca agua que quedaba en polvo reseco.
Por primera vez en cuatro décadas, el quinto río más largo de Estados Unidos se secó en Albuquerque la semana pasada. Con el agua desaparece el hábitat del pequeño carpa chamizal, un reluciente pez de la zona del tamaño de un dedo meñique.
Si bien unas lluvias trajeron agua al río, conocido por los estadounidenses como río Grande, los expertos advierten que la resequedad que hay tan al norte río arriba es un indicio de que el suministro de agua será cada vez más frágil y de que las actuales medidas de conservación podrían no alcanzar para salvar al carpa chamizal y al mismo tiempo regar las granjas, jardines y parques de la región.
Hay carpa chamizales en apenas un 7 por ciento de lo que supo ser su hábitat tras un siglo de construcción de presas, canales y desvío de aguas a lo largo de los 3.058 kilómetros (1.900 millas) del río, que cruza Colorado, Nuevo México, Texas y el norte de México. En 1994 el gobierno estadounidense incorporó al carpa chamizal a su lista de especies en peligro de extinción. Los esfuerzos por salvar al pez, no obstante, tropiezan con la demanda de agua y el cambio del clima.
Años de sequías, temperaturas sofocantes y una temporada de lluvias imprevisible acaban con lo poco que queda de su hábitat. Su única esperanza son las lluvias.
“Se adaptaron a muchas cosas, pero no a esto”, dijo Thomas Archdeacon, biólogo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos a cargo de un programa para rescatar al pez. “Cuando el río fluye un día sí y un día no a lo largo de millas, no saben cómo resolver eso”.
Cuando partes del río se secan, las autoridades usan redes y cercos para sacar a los peces de charcos cálidos y trasladarlos a tramos del río por los que todavía corre el agua. La tasa de supervivencia del pez al ser rescatado es muy baja, de apenas el 5 por ciento, por el estrés que representan el agua cálida, la resequedad y la reubicación forzada.
Pero dejar a los peces en los charcos de agua es una condena de muerte casi segura, de acuerdo con Archdeacon. Junto con otros biólogos, manejaron varias millas hasta llegar a un sector en el que fluía agua, proveniente de una planta de tratamiento de aguas residuales. Solo un puñado de los 400 que habían sido rescatados sobrevivirán.
A lo largo de los años, el gobierno ha criado y liberado grandes cantidades de carpa chamizales. Las posibilidades de supervivencia de la especie, no obstante, dependerán siempre del hábitat.
La perspectiva de que fluya más agua en el río es limitada.
“El cambio climático avanza tan rápidamente que rebasa todas las herramientas que hemos desarrollado en las últimas décadas”, manifestó John Fleck, investigador de la Universidad de Nuevo México.
Históricamente, una forma de hacer llegar más agua al río es traerla de embalses río arriba. Pero este año Nuevo México no ha podido almacenar más agua que de costumbre por una deuda que tiene con Texas. En medio de la peor sequía que vive el oeste de Estados Unidos en 1.200 años, las lluvias de junio no trajeron suficiente agua al río.
“La época y la localización de las tormentas no bastaron para hacer que el río fluyese de nuevo”, dijo Dave Dubois, climatólogo estatal de Nuevo México.
El estado y los distritos irrigados ofrecieron a los granjeros pagarles para que no planten sus productos, pero pocos aceptaron. Los cultivos en pequeña escala son una tradición histórica en Nuevo México, donde los agricultores riegan sus campos mediante canales de arcilla que cruzan sus patios y conservan sus tierras por razones culturales.
Si dejasen de cultivar, los campesinos ayudarían a ahorrar agua para los peces y aliviarían la deuda con Texas.
Las autoridades dicen que en un tramo clave del río, solo en el 5 por ciento de la tierra no hubo cultivos este año.
“Necesitamos que más gante lo haga”, manifestó Jason Casuaga, jefe de ingenieros del Distrito de Conservación de Sector Medio del Río Grande. El programa está apenas en su segundo año y los campesinos quieren seguir adelante con sus cosechas, de acuerdo con Casuaga.
En los últimos cuatro años, Ron Moya cultivó unas 20 hectáreas (50 acres) de heno y vegetales cerca de Albuquerque. Moya, un ingeniero jubilado, dijo que decidió cultivar las tierras que su familia tiene desde hace varias generaciones. El año pasado, no plantó nada en cuatro hectáreas a cambio de miles de dólares, pero dijo que este año no se acogería al programa a pesar de que le ofrecieron más dinero todavía porque quería conservar la humedad de sus tierras.
Moya duda que dejar de cultivar vaya a resolver el problema.
“Hay gente que vive del cultivo de heno. Es lo que saben hacer. ¿Puede concebir que todos en el valle suspendan sus cultivos? Me parece absurdo pensar eso”, manifestó.