El ‘feminicidio emocional’, la otra crisis que afecta a las latinoamericanas
Martes 29 de agosto 2023
No es fácil sospechar cuando esa familiar, colega o amiga es víctima. No hay moretones visibles ni marcas en la piel que levanten alarma, pero sí que hay huellas con profundas afectaciones en la salud mental, autoestima y autoconcepto
Celos disfrazados de protección, bromas hirientes, control del tiempo, gritos y humillaciones son expresiones de un tipo de violencia de género que afecta masivamente a las mujeres latinoamericanas. Los datos son contundentes y muy similares. Podrán cambiar los platos típicos o el clima de un país a otro, pero los efectos del machismo estructural en la región se mantienen sin importar las fronteras.
Algunos datos para dimensionar la prevalencia de la violencia psicológica: en México, el 51,6% de las mujeres se reconocen como víctimas, de acuerdo con la más reciente Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) presentó en agosto de 2022; en Colombia, la corporación Sisma Mujer también la ubica en primer lugar, con 54%, y la Encuesta de la UNESCO sobre Violencia a Jóvenes en Instituciones de Educación Superior de América Latina y el Caribe, presentada apenas en marzo 2023, reveló que 53% de las participantes la han sufrido en su entorno escolar.
Perú tiene uno de los indicadores más preocupantes de la región, con casi seis de cada diez mujeres afectadas, según datos abiertos del Gobierno con corte a noviembre de 2022, aunque lo supera Guatemala, con 69%, de acuerdo al Análisis Rápido de Género realizado por ONU Mujeres y Care en 2021.
Quizá cuando leyeron algunas de las formas en que se manifiesta llegó a su mente la tentación de pensar que no es tan grave. ¡Cuántas veces lo he escuchado! Pero las agresiones de género son un fenómeno progresivo y la violencia emocional es antesala de todas las demás, incluidas la sexual y física.
Además, las cifras oficiales nunca alcanzarán a registrar el número de muertas en vida por el cotidiano abuso minimizado socialmente y normalizado incluso a nivel interior. Ellas, todas ellas, son víctimas de lo que llamo —con licencia y guardadas las proporciones— un “feminicidio emocional”. ¿Empezamos a hablar sobre esto?
El reto está claro: no es fácil sospechar cuando esa familiar, colega o amiga es víctima. No hay moretones visibles ni marcas en la piel que levanten alarma, pero sí que hay huellas con profundas afectaciones en la salud mental, autoestima y autoconcepto. De hecho, algunas investigaciones científicas han demostrado que las agresiones psicológicas recurrentes son más difíciles de sanar que el trauma físico.
Feminicidio emocional es un concepto inédito que desarrollo y documento como parte de mi tesis doctoral en la Universidad Panamericana de México. No es poco polémico: algunas veces me han cuestionado si al nombrar así los efectos de este tipo de violencia minimizo la enorme crisis feminicida que también flagela a nuestros países. Creo lo contrario, que nos permite generar alerta respecto al riesgo que hay de no actuar a tiempo. Y con a tiempo, me refiero a desde la primera agresión.
Se trata de un asunto global y la ONU lo tiene claro en su Agenda 2030. Cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia en todo el mundo, de acuerdo a la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Baja autoestima, inseguridad y sentimientos de culpa provocados por el violentador emocional son el inicio del riesgo feminicida en los tamizajes que aplican autoridades y academia.
Aquí hay una clave para el análisis: el cuerpo se protege a sí mismo bloqueando aquello que le causa sufrimiento, es el instinto de supervivencia. Como el shock o desmayo que experimentamos ante un dolor físico insoportable, cuando el cuerpo emocional sufre, se resguarda. Esta reacción natural combinada con los nada naturales roles y estereotipos de género que mandatan sumisión y buena cara a las mujeres —ver Barbie, para referencias sencillas— son un cóctel peligroso.
Una mujer desconectada de su propio cuerpo o que no puede fijar límites o expresar emociones juzgadas negativamente en la sociedad, como el enojo o la incomodidad, constituye una intersección de vulnerabilidad de urgente atención: normalicemos hablar de feminicidio emocional. ¡Aunque nos digan exageradas!