Tremendo golpe a la ‘internacional populista’
Malas noticias para la ‘internacional populista’: Joe Biden asumió como presidente de Estados Unidos.
Funcionaron la democracia y las instituciones contra las apuestas, intromisión y sabotajes de esa ola que recorre el mundo con recetas fracasadas del pasado autoritario.
No pudieron reventar a Estados Unidos.
Se salvó Estados Unidos, pues no habría resistido cuatro años más de Trump sin una nueva guerra civil.
Este país demostró cómo es posible salir del pantano populista y que la demagogia simplona basada en la mentira no es invencible.
La antítesis de la ola populista regresó ayer al poder: un político profesional que entiende al mundo, practica la pluralidad, tiene sentido común y no hace locuras.
Aquí fueron frenados.
El atrabiliario e ignorante ante el que líderes de distintos países del mundo se rindieron con lisonjas y reconocimientos inmerecidos porque destruiría el establishment, se fue derrotado y con una cauda de cuentas pendientes en sus maletas.
Pero no es un triunfo definitivo, y lo dijo Biden en su discurso inaugural: “Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil. A esta hora, amigos míos, ha prevalecido la democracia”.
Sí, la democracia es frágil y será torpedeada por el populismo doméstico e internacional.
Lo delineado ayer por el presidente en sus 24 minutos ante la nación fue una agenda antipopulista: vamos a “unirnos para luchar contra los enemigos que enfrentamos: ira, resentimiento, odio, extremismo, anarquía, violencia, enfermedad, desempleo y desesperanza”.
Eso encarnan los líderes populistas. Ahí está descrita la herencia de Donald Trump.
Jamás el populismo ha resuelto nada.
El discurso de Biden fue como salido de un mundo raro –diría José Alfredo–, en una nación dividida y con los guantes puestos para un nuevo round:
“No podemos vernos como adversarios, sino como vecinos. Podemos tratarnos unos a otros con dignidad y respeto. Podemos unir fuerzas, detener los gritos y bajar la temperatura. Porque sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia. Sin progreso, sólo indignación agotadora”.
Los populistas autoritarios dividen. Ésa es su herramienta para justificar su permanencia en el poder. Y no se quieren ir, como Trump.
¿Unir fuerzas? Eso está en las antípodas del populismo. Lo suyo es confrontar.
Y ahora se encuentran con la novedad de que ganó y asumió el poder un político que piensa que la pluralidad es la mayor fortaleza de su nación. Y esa nación es nada menos que los Estados Unidos de América.
Tremendo golpe sufrió el populismo ayer en la explanada del Capitolio, que hace dos semanas asaltaron por medio de golpeadores, pistoleros y fanáticos.
“Sin unidad no hay paz, sólo amargura y furia”, dijo Biden. “Sin progreso, sólo indignación agotadora”.
Cierto. El punto fino que enseñaron los ganadores de estas elecciones está en no agotarse con el cuento de que “no se puede hacer nada”.
Era terrible enfrentarse a la máquina de mentir, de calumniar, de usar el poder para aplastar a los oponentes políticos, como fue Donald Trump.
Numerosos jueces, medios de comunicación, empresarios e intelectuales asumieron su papel. No todos, pero sí muchos. La paz del país, la legalidad y la democracia estaban de por medio. No hubo pretextos para asumir la cómoda neutralidad de los políticamente correctos, y le pusieron un freno al presidente.
¿No fue el discurso de Biden una antítesis del populismo autoritario?
Dijo lo siguiente: “La política no tiene por qué ser un fuego furioso, destruyendo todo a su paso. Cada desacuerdo no tiene por qué ser motivo de guerra total. Y debemos rechazar la cultura en la que los hechos mismos son manipulados e incluso fabricados”.
Describió la esencia de la pluralidad, algo muy preciado, pero que se puede perder: “A todos aquéllos que no nos apoyaron, permítanme decirles esto: escúchenme mientras avanzamos. Tomen una medida de mí y de mi corazón. Si aún no están de acuerdo, que así sea. Eso es democracia. Eso es América. El derecho a disentir, pacíficamente, es quizás la mayor fortaleza de esta nación”.
Nada de eso está garantizado de manera permanente en ningún país. La pluralidad no es un ‘bien natural’ ni es consustancial a las sociedades modernas. Estados Unidos casi lo pierde.
El derecho a pensar diferente, a decirlo, a escribirlo e irse a dormir tranquilo sin que al día siguiente nadie te colme de insultos y amenace tu seguridad, es un bien no duradero.
Aquí quieren matar al exvicepresidente Pence y al secretario de Gobierno de Georgia porque Donald Trump dijo que le fallaron e insinuó traición.
¿Traición a qué? A nada. Dijeron lo que en conciencia pensaban, y eso es inaceptable para un megalómano autoritario. Sus fanatizados seguidores los quieren matar.
El golpe a la ‘internacional populista’ debió oírse con desagrado, particularmente en Rusia y otras latitudes:
“Estados Unidos ha sido probado y hemos salido más fuertes por ello. Repararemos nuestras alianzas y nos comprometeremos con el mundo una vez más. No para enfrentar los desafíos de ayer, sino los desafíos de hoy y de mañana. Y lideraremos, no sólo con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo”.
Aún no puede decirse que “Estados Unidos está de regreso”, pero dio un gran paso.
Su éxito redondo se alcanzará si Biden logra acelerar el proceso de vacunación, frena la pandemia en 100 días, y si permite que el peso de la ley caiga demoledor y cuanto antes sobre Donald Trump.