No es difícil sacar al Ejército de sus cuarteles, sino regresarlo a ellos
Por Jorge Volpi
La trágica ruptura de la promesa de regresar el Ejército a los cuarteles es acaso la mayor decepción del programa de López Obrador
Cuarta militarización
Si algo une a la independencia, la Reforma con la subsecuente intervención francesa y el efímero imperio de Maximiliano y la Revolución, los tres
hitos históricos que Andrés Manuel López Obrador identifica como antecedentes directos de su Cuarta Transformación, es que se trató, en todos los casos,
de cambios drásticos en los equilibrios de poder provocados por la fuerza y en los cuales México se vio obligado a levantarse en armas. En los tres casos,
la vida civil se vio perturbada y los militares alcanzaron cotas de influencia inéditas. De manera irremediable, la 4T funda su imaginario en estas épocas
de confrontación y guerra.
No sé hasta dónde esta idealización de nuestro pasado bélico sea responsable del encumbramiento que el Ejército y la Marina han alcanzado en este sexenio,
pero quizás sirva para tratar de explicar por qué un líder social, asociado siempre con la izquierda, se muestra empeñado en otorgarles más poder y visibilidad
a los militares que ningún otro gobernante reciente.
Una y otra vez el Presidente insiste en calificar a los militares de “pueblo bueno” o de asumirlos como aliados de las instituciones o, más bien, de su 4T, obstinado
en desdeñar el peligro que significa esta entronización para nuestra vida pública.
Nada en la larga carretera previa de López Obrador permitía avizorar esta alianza con el Ejército, al cual siempre vio con desconfianza y al cual dirigió severas críticas
durante los años del calderonismo. Una y otra vez repitió, en esa época, que de llegar a la Presidencia lo regresaría a sus cuarteles, confiando las tareas de seguridad pública
a organismos civiles. La trágica ruptura de esta promesa es acaso la mayor decepción de su programa.
El tránsito del régimen de la Revolución consistió justo en abandonar poco a poco su origen bélico y mantener al Ejército en una posición cada vez más discreta: de Miguel Alemán
en adelante, esa relativa invisibilidad del Ejército identificado sobra todo por su ayuda durante situaciones de emergencia le granjeó una enorme confianza ciudadana. Una confianza
que se hizo añicos cuando Calderón inicio sus operativos conjuntos y aumentó exponencial-mente tanto su presupuesto como su influencia.
Paradójicamente, López Obrador ha rebasado, por mucho, la militarización iniciada por su némesis: no solo no ha regresado al Ejército a sus cuarteles sino que les ha otorgado la
construcción de sus infraestructuras emblemáticas, como el aeropuerto Felipe Ángeles no es casual que lleve el nombre de un general y el Tren Maya, los ha excluido por completo
de la “austeridad republicana”, ha protegido incluso sus fideicomisos mientras extinguía los de todas las demás dependencias de gobierno y no ha cesado de cubrirlos de elogios y prebendas.
La culminación de este proceso se anuncia ya con su intención por fortuna con pocas posibilidades de éxito de proponer una nueva reforma constitucional que integre la Guardia Nacional a la Secretaría de la
Defensa, lo cual significa la plena aceptación de que las labores de seguridad pública deben recaer en manos del Ejército, algo que ocurre solo en los países más autoritarios del planeta. El que algunos de sus
propios aliados el Partido del Trabajo y Fernández Noroña se manifiesten con trata de la iniciativa confirma la magnitud del despropósito.
Todo indica que, rebasado por la realidad y por un sistema que no alcanza a destrabar o retorcer: dependen de quién juzgue a su medida, López Obrador encontró en el Ejército a la única institución que le brinda
una lealtad irrestricta o eso quisiera creer. Como sabemos, no es difícil sacar al Ejército de sus cuarteles, sino devolverlos a ellos.
Ya se ha visto, desde Calderón, cuántos abusos y violaciones a derechos humanos han cometido una vez que se les encargaron labores que no les correspondían. Este es un punto donde todo el país, incluyendo a la
oposición, a la sociedad civil y a los sectores en verdad progresistas de la 4T, debería actuar en conjunto para frenar la peligrosísima deriva militar del Presidente.