El Presidente y los periodistas

Por: Jorge Fernández Menéndez

A lo largo de muchos años de carrera me ha tocado conocer, incluso hacer amistad, con los más diversos políticos. En la mayoría de los casos poco tiene que ver su ideología, el cargo que desempeñaban o el partido en el que militan: la diferencia está en su visión de la vida, del mundo y en su comprensión de la realidad, en la relación con los otros, con quienes no son sus subordinados ni piensan exactamente como ellos.

He tenido firmes coincidencias y notables diferencias con Cuauhtémoc Cárdenas, pero siempre, con acuerdos o desacuerdos, me ha parecido uno de los políticos más respetables del país. Un hombre recto, con un trato directo, al que los acuerdos o diferencias no le llevan a olvidar el respeto y la capacidad de escuchar, debatir, compartir y disentir.

En las antípodas políticas de Cuauhtémoc está, por ejemplo, Diego Fernández de Cevallos. Todos conocen a Diego y saben que puede llegar a ser un torrente en ebullición, pero nadie podrá negar la enorme capacidad de plática, debate, de intercambio de ideas, que se puede tener con Diego. Una capacidad que le llevó a ser, entre otras cosas, uno de los más exitosos líderes parlamentarios de este país.

Como ellos, de distintas generaciones, edades, experiencias, los hay en todos los partidos, en todos los estados. Muchos de ellos en la actual administración. Algunos, incluso, son amigos muy cercanos, más allá de cualquier diferencia política coyuntural.

He tenido la suerte de cubrir la información, desde Miguel de la Madrid, de todos los presidentes de la República. De todos, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña, siendo tan diferentes, con distintas visiones y formación, enfrentados, incluso entre sí, he tenido y les he ofrecido respeto, con todos he podido cubrir, incluso muy de cerca sus actividades, estando o no de acuerdo con ellos he podido compartir ideas, posiciones, críticas y reconocimiento recíproco de aciertos y errores. Creo firmemente en que la presidencia de la República es una institución que merece respeto, más allá de quién sea su ocupante y precisamente por eso, esa institución debe ser particularmente respetuosa con su propio ejercicio del poder.

El presidente López Obrador, con el que tuve una buena relación durante su presidencia en el PRD, pero que no ha superado que muchos consideremos, incluyendo las autoridades legales y electorales, que no ganó las elecciones del 2006, demerita la institución presidencial agrediendo y descalificando desde el púlpito de la mañanera a medios, comunicadores, empresas, porque simplemente no están de acuerdo con él. Utiliza para ello a una troupe de personajes que nunca han sido periodistas profesionales, pero que utilizan el espacio, el recurso y el poder que se les da desde una oficina de Palacio Nacional para insultar, espolear, agredir comunicadores y medios.

Se ha repetido hasta el hartazgo el chiste de aquel que conduciendo en el Periférico escucha por la radio que hay un tipo manejando en sentido contrario y que exclama “no es uno, son todos”. El mandatario que tuvo la mayor cantidad de votos en la historia del país, el que tiene la mayoría en el Congreso, el que ha centralizado como nunca el ejercicio del poder, se dice asediado por los medios y no puede encontrar más que tres periodistas que, según él, lo apoyan. Los demás “hemos perdido el camino”, incluyendo los que comenzamos en Proceso, unomásuno, La Jornada o en Excélsior, de Scherer. Nos hemos convertido en conservadores, en sus enemigos, en parte de una conjura golpista, como le quieren hacer creer sus estrategas de comunicación.

El de los periodistas es un gremio individualista, donde muchos hemos tenido y tenemos debates que vienen de años atrás. Homogeneizar opiniones en nuestro medio es difícil, casi imposible. Llama profundamente la atención que Andrés Manuel no se pregunte qué está pasando cuando no sólo sus críticos de antaño, sino hasta los medios y los periodistas que durante años se sintieron cercanos a él y su propuesta, están criticando muchas de las decisiones de su gobierno. No es una conjura, es que algo está mal. La enorme mayoría de los periodistas simplemente cumplimos con nuestra responsabilidad profesional, nadie intenta derrocar al Presidente.

El desastre comunicacional del gobierno federal no se solucionará con las ahora tres ruedas de prensa diarias. La comunicación presidencial debe ser personal, directa, inteligente, crítica y respetuosa en ambos sentidos. Si el presidente López Obrador comienza a explorar ese camino (en otras épocas de su larga carrera lo hizo) verá que puede tener muchos más interlocutores que tres periodistas y un coro de replicantes en la mañanera.

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