Johnson y Von der Leyen intentarán desbloquear el Brexit en una reunión presencial en Bruselas

Quedan apenas tres semanas para la separación definitiva, y apenas unas horas para el último Consejo Europeo de 2020, y todavía no hay atisbo de un acuerdo

La jornada clave del Brexit, la enésima jornada clave en estos últimos cuatro años y medio, ha empezado este lunes pronto y mal en Bruselas. Aunque algo mejoró a lo largo del día, el sabor que deja es amargo. Las soluciones que se van perfilando son feas, poco elegantes, las que irritan a matemáticos y ajedrecistas. Pueden llegar a funcionar, pero dejan un poso de insatisfacción, de parche.

Cuando quedan apenas tres semanas para la separación definitiva, y apenas unas horas para el último Consejo Europeo de 2020, no hay acuerdo. Siempre estuvo claro que fuera lo que fuera, ocurriría al final, pero los implicados en Bruselas rezaban para que no fuera ‘tan’ al final. Los negociadores han tocado techo, no pueden avanzar sin mandatos más flexibles, y sus jefes no se los conceden. Así que tendrán que resolver la cuestión los líderes. Así lo han pactado Ursula von der Leyen y Boris Johnson, que se verán en persona en Bruselas “en los próximos días” tras no poder desatascar la situación tras tres horas al teléfono este lunes.

Se preveía jornada importante en la capital comunitaria, con un triple eje sobre el que vertebrar las relaciones contrarreloj con Reino Unido. El principal, las conversaciones entre los equipos técnicos de Michel Barnier y David Frost, agotados pero no desesperados. La segunda, la del subnivel de supervisión, con el vicepresidente comunitario Maros Sefcovic y Michael Gove, responsables del Comité conjunto que evalúa el cumplimiento del acuerdo de retirada y la situación del protocolo de Irlanda del Norte. Y el tercero, y en cierto modo el menos importante pero el más decisivo: la llamada de teléfono de Von der Leyen y Johnson.

El incansable Barnier informó a los embajadores de los 27 a las 07.30 de la mañana y su mensaje fue lúgubre. Aseguró que todos los rumores de grandes avances en el asunto de la pesca que inundaron los medios británicos la víspera eran “infundados”, lamentó que no se hubieran producido mejoras, advirtió de que no podía “garantizar un acuerdo” y fijó, en uno de esos plazos que jamás se respetan, el miércoles como la fecha tope para tener algo sólido. El mensaje del francés fue “sombrío y pesimista”, en palabras del ministro de Exteriores irlandés, Simon Coveney

Poco después, el propio Barnier informó al Parlamento Europeo y su ánimo no mejoró. Cargó ahí con dureza contra las dos leyes, la de Mercados Financieros y la de Mercado Interno, que Reino Unido amenaza con sacar adelante estos días y que son “motivo real de preocupación” y una “violación de la confianza”, además de los tratados internacionales.

Apenas unas horas después, Londres repartió un comunicado tras la reunión del Comité conjunto que supervisa el pacto de divorcio y el Protocolo irlandés. Una redacción técnica, complicada, pero interpretado como un gesto de buena voluntad por el que Boris Johnson ha ofrecido “retirar o desactivar” las cláusulas de la Ley del Mercado Interno que violan el protocolo de Irlanda. Tras las enmiendas en la Cámara de los Lores, la mayoría ‘tory’ pretendía reintroducir las polémicas cláusulas 44, 45 y 47 a su paso por la Cámara de los Comunes y reabrir el contencioso con Bruselas. Las cláusulas rompen el Acuerdo de Salida y suponen violar la legislación internacional, y los británicos lo admiten sin complejos.

El Gobierno de las islas podría suspender también sus planes para votar la también controvertida Ley de Finanzas (que afecta a los aranceles y a las ayudas estatales), considerada por Bruselas como otra flagrante violación de lo suscrito, pero todo el texto está en condicional hipotético. Downing Street, que las ha defendido siempre como una “red de seguridad”, se ofrece a retirarlas si hay acuerdo comercial y si las soluciones a los problemas que ha creado le resultan satisfactorias. Una forma muy a la manera de Johnson de tender la mano. No se echa atrás, pero hace valer el equivalente anglosajón al “nada está cerrado hasta que todo está cerrado” de Bruselas.

En todo caso, los tres grandes problemas, la pesca, la gobernanza y una competencia justa entre bloques en el futuro, siguen siendo los escollos. Salen cada día soluciones más o menos creativas, pero que no pueden contentar a todos. Von der Leyen, con enorme presión de París, Madrid o Copenhague para que no cruce líneas rojas. Johnson, que siempre quiso este desenlace y protagonismo en la hora 11, cree que tiene mucho que ganar y no tanto que perder, seguramente porque todavía no calibran bien las consecuencias. No siente alientos en el cogote, como le pasó a May. El problema, esta vez, está delante y no detrás entre sus propias filas, pero su experiencia de liderazgo en esas situaciones, por desgracia, no es demasiado prometedora.
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