Tengo sed…pero no hay agua

MIGUEL RUÍZ CABAÑAS IZQUIERDO

El agua es la fuente de todas las manifestaciones de vida en la tierra. El cuerpo de los seres humanos, y de todos los seres vivos, es esencialmente eso: agua. Sin agua no puede haber vida, al menos como la conocemos. Por eso, todas las culturas antiguas consideraron que el agua era un don especial, un regalo de la divinidad que, junto con el sol y la tierra, hacía posible la existencia de sus civilizaciones. Las deidades del agua, como Tláloc, solamente se comparaban en importancia con las deidades solares. En la cultura laica global que caracteriza a la civilización contemporánea, esas antiguas creencias religiosas se han traducido en considerar al agua y al saneamiento ambiental, como un derecho humano fundamental, sin el cual es imposible disfrutar plenamente de otros derechos esenciales, como los derechos civiles y políticos, y los derechos económicos, sociales y culturales. 

La enorme importancia del agua y el saneamiento ambiental para el desarrollo sostenible se ratificó en septiembre de 2015, cuando los 193 estados miembros de las Naciones Unidad aprobaron, por unanimidad, la Agenda 2030 y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), e incluyeron el Objetivo 6, acceso al agua potable y al saneamiento ambiental. Tener asegurado el suministro de agua está ligado a la salud de la población; al florecimiento de la agricultura y la producción de alimentos; a la producción de energía; al desarrollo industrial, la innovación y la infraestructura; a la construcción de ciudades sostenibles; a la igualdad de género; a la producción y consumo responsable, y a la lucha contra el cambio climático y la preservación de la biodiversidad. La falta de agua para una parte, o toda la población, es una de las principales causas de los conflictos violentos al interior de muchos países. El acceso al agua disminuye tensiones entre grupos de población y, al menos, contribuye a no agravar conflictos cuando éstos se producen por otras causas. Se dice, con razón, que en el siglo XXI las guerras ya no serán por el petróleo, como ocurrió en la segunda mitad del siglo pasado. Ahora, muchos de los nuevos conflictos armados dentro de más de treinta países, según los estudios de la ONU y el Banco Mundial, tienen que ver con el acceso al agua. https://www.pathwaysforpeace.org/ 

Tengo sed…pero no hay agua. Es una experiencia frustrante y hasta angustiante para cualquiera que la haya vivido. Pero, tristemente, es un sentimiento frecuente que invade, cualquier día del año, a tres de cada diez personas que habitamos el planeta. Se trata de personas que carecen de acceso permanente y seguro al agua potable. Según las Naciones Unidas, casi el 40% de la población mundial padece escasez de agua, y seguramente este porcentaje aumentará en los próximos años debido al crecimiento de la población, al aumento de la demanda de alimentos y energía, y como resultado del cambio climático. Una cuarta parte de la humanidad, alrededor de 1700 millones de personas, viven en zonas o cuencas fluviales, en las que el consumo de agua supera por mucho la recarga, lo que inexorablemente lleva a su agotamiento, a menos que cambien las prácticas actuales. Para el año 2050, más de la mitad de la población mundial vivirá en zonas con escasez de agua. https://www.google.com/search?q=Joint+statement+on+SDG+6&rlz=1C1CHBD_esMX940MX941&oq=Joint&aqs=chrome.0.69i59j69i57j0l5j69i60.4568j0j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8 

Tenemos que despertar a la realidad. El mundo está sumido en otra grave crisis, la del agua. Esta crisis puede causar inmensos sufrimientos y más conflictos en muchos países, o nuevos conflictos entre naciones vecinas. Hay que reconocer la gravedad del problema, y tomar las medidas necesarias, principalmente de adaptación y mitigación del cambio climático, para paliar la crisis del agua. El cambio climático acelerado, que ya estamos viviendo, se manifiesta en desastres que involucran al agua, como sequías prolongadas, inundaciones incontrolables en áreas rurales o zonas urbanas, o lluvias desestacionalizadas que provocan la pérdida de cultivos y alimentos. La elevación gradual de la temperatura provoca, en ocasiones al mismo tiempo en un determinado país, escasez o sobreabundancia de agua. Y los países más afectados son los países ubicados en las zonas tropicales, como México. 

La disponibilidad de agua siempre ha sido un gran reto para dos tercios de nuestro territorio. La región norte y central son, en su mayor parte, zonas áridas y semiáridas, con baja precipitación pluvial. Pero son las zonas más habitadas del país. El sur y sureste son la región que cuenta con mayor disponibilidad de agua, pero con menor población. Esta situación explica que 106 municipios, ubicados en Baja California, Sonora, Coahuila, Chihuahua, Zacatecas, Jalisco, Michoacán, Querétaro, Ciudad de México y Guerrero, sean considerados por la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) como altamente susceptibles a la sequía. En cambio, Tabasco, Chiapas y el sur de Veracruz, padecen constantes inundaciones. México también es un país azotado por frecuentes ciclones, provenientes tanto del Océano Pacífico como del Mar Caribe. La CONAGUA contabilizó 236 ciclones tropicales entre 1970 y 2017. Si bien estos ciclones en ocasiones son muy importantes para dotar de agua a amplias regiones del centro y norte del país, casi siempre causan destrucción, enfermedades y numerosas víctimas en las poblaciones costeras. https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5609188&fecha=30/12/2020 

 Desde el año pasado, el país está sufriendo los efectos de una fuerte sequía, igual o más grave que la sequía que tuvo lugar entre 2011 y 2013, que impactó al 90 por ciento del territorio nacional. Hoy, grandes extensiones del centro norte, y particularmente del noroeste de la República, están sufriendo una sequía severa, extrema o excepcional, según informa el Monitor de Sequía de México, a cargo de la CONAGUA. https://smn.conagua.gob.mx/es/climatologia/monitor-de-sequia/monitor-de-sequia-en-mexico En todo el mundo, el sector agrícola es el que más agua consume. En México, ese sector absorbe el 76 por ciento del total. Las ciudades y poblaciones rurales consumen el 14 por ciento, a través de abastecimiento público, en especial de los municipios, que son los que tienen el mandato de hacerlo, según el artículo 115 constitucional. En 2019 solamente el 58 por ciento de la población tenía acceso al agua potable diariamente en su domicilio, aunque la cobertura superaba al 96 por ciento de la población. 

 Pero, lamentablemente, en México somos campeones del desperdicio y uso ineficiente del agua. De acuerdo con el Programa Nacional Hídrico 2020-2024, los prestadores de servicio de agua y saneamiento tienen pérdidas del 60 por ciento del volumen que inyectan a las redes de agua potable. Solo cobran el equivalente al 40 por ciento del agua que proveen, por lo que el agua no facturada o no contabilizada es un recurso que se obtiene de los cuerpos de agua, superficiales o subterráneos, pero que se pierde en fugas o no se cobra, “debido a fallas en el padrón de usuarios o en el proceso de facturación”, según la CONAGUA. Claramente hay no sólo desperdicio, sino una extendida práctica inercial al abuso. https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5609188&fecha=30/12/2020 

 Así, no es de extrañar que, de los 653 acuíferos que existen en nuestro territorio, 105 estén sobreexplotados. Es una tendencia muy peligrosa porque se trata de las reservas más importantes de agua dulce del país. Literalmente, nos estamos acabando el recurso más importante y estratégico para la vida: el agua. Además de estar incurriendo en un lento ecocidio colectivo, les estamos quitando el recurso más importante a las próximas generaciones. No nos lo perdonarán. Pero no estamos haciendo las inversiones necesarias para invertir la tendencia al agotamiento de los acuíferos, induciendo el fin del desperdicio y el abuso, y renovando la infraestructura hídrica del país, en particular las plantas de tratamiento y reutilización de aguas residuales. Cientos están literalmente abandonadas porque, según la CONAGUA, fueron mal planeadas, tienen un diseño inadecuado y altos costos de operación. La mayoría consumen grandes cantidades de energías fósiles. De ser así, se debería propiciar su reconversión a energías limpias, como la solar o la eólica. Pero hoy, como todos sabemos, el gobierno federal ha decidido concentrar el grueso de su inversión en energías fósiles, principalmente petróleo.

Para nuestro país, invertir en el ahorro y el uso eficiente del agua es un tema de seguridad nacional, según la Ley de Aguas Nacionales, aún vigente. (https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5609188&fecha=30/12/2020) Se debería empezar por incrementar significativamente los recursos para que la CONAGUA pueda realizar inversiones indispensables. Se deberían facilitar inversiones privadas en el sector, además de escuchar más atentamente a las organizaciones de la sociedad civil a nivel local. Si se incrementan sustancialmente las inversiones en el sector, públicas y privadas, pueden reducirse una parte de las emisiones que causan el cambio climático. Es una tarea urgente antes de que la escasez de agua multiplique conflictos entre comunidades rurales, grupos étnicos, ciudades y estados de nuestro país, que pueden causar nuevos episodios de violencia. Tenemos que actuar antes que el crimen organizado también se apropie de los recursos acuíferos de muchas zonas del país.