‘¿Por qué tanta importación de tecnología?’

Jonathan Ruiz Torre.

Hoy en México pocos entienden de Bitcoin. Imaginen cuántos en 2016, cuando el equipo de Héctor Lagos apostó por una empresa mexicana que los vendería…

Al frente de Monex, recibió en esos días la presentación en Power Point con la que Pablo González explicaba lo que soñaba desde 2014 que sería Bitso.

El grupo financiero a cargo de Lagos se unió a otros ocho “locos” que juntaron 2.5 millones de dólares para lanzar la aventura como socios.

En mayo de este 2021, la empresa Bitso alcanzó un valor de 2 mil 200 millones de dólares. El vicepresidente de Monex, Mauricio Naranjo, ahora cuenta que obviamente ahí recogieron ya dinero al vender parte de sus acciones de esta empresa mexicana.

‘¿Por qué tanta importación de tecnología?’ me preguntó ayer vía mail un lector a propósito de todo lo que en afán de saciar su comodidad compran los mexicanos y que viene de afuera: vacunas europeas, coches asiáticos, smartphones estadounidenses, servicios de Spotify cobrados en Estocolmo…

Todo eso tiene una carga tecnológica y producir tecnología requiere una mezcla de talento, coraje y capital. No es frecuente esa combinación entre los mexicanos.

Un montón de ellos arriesgan poco y juegan a lo seguro o a lo más conocido; otros se mantienen en el triste negocio del compadrazgo y la corrupción y muchos enfrentan la escasez de talento. Pocos, empero, trascienden esas barreras y empujan hasta crear Clip o Bitso, en este caso.

A los de Monex les gustó el juego del riesgo limitado y ahora tienen puestas algunas fichas en “startups” como Wire4, una empresa mexicana dirigida por Luis Olalde, que recién rompió el cascarón.

En términos simples, sus servicios permiten cobrar a quienes crean una aplicación, digamos… para vender pozole por su cuenta, evitando con ello el pago del 30 por ciento de comisión que exigen la colombiana Rappi o la estadounidense Uber Eats.

Los riesgos de Monex no se limitan a México que hoy luce estancado.

Van por Singapur como una puerta menos agresiva de entrada al mercado asiático. Allá harán lo que les gusta más y les deja más dinero: coordinar pagos entre proveedores. Empresas que importan y otras que exportan. En medio están ellos y cobran comisiones por efectuar los pagos.

¿Cuántos bancos mexicanos conocen ustedes que operen en dos países? ¿Cuántos que ya estén en ocho? Singapur fue añadido en Monex a Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Países Bajos, España, Luxemburgo y México. Todo en un ánimo de buscar variedad, otra vez, de riesgo medido y dividido en varias naciones para no poner todos los huevos en una canasta.

Inclusive en un mal año como 2020, la empresa reportó utilidades netas equivalentes al 9 por ciento de sus ingresos, de acuerdo con datos de Bloomberg. Un reporte regular si se le compara con la ganancia cercana al 15 por ciento de un año antes, pero números negros al fin, lo que es mucho decir durante una pandemia. Ahí está el pago por asumir riesgos.

No es la única empresa mexicana que gusta del riesgo de invertir en tecnología de innovación. Consideren los fondos de venture capital de Cemex, Femsa, Bimbo…

El problema está en que se trata de empresas en negocios tradicionales cuyos inversionistas, tan tradicionales también, tienen aversión al riesgo y solo hacen apuestas marginales, para que no duela si hay pérdidas. Y son la avanzada… ni hablar del resto.

Otro reto está en el talento nacional, inmerso en un sistema educativo muy enfocado en la adoración de símbolos y héroes.

En una conferencia de 2006, Mark Zuckerberg contaba que después de hacer su colección de rostros de Harvard, otras universidades le pedían que hiciera lo mismo en las suyas. Se disculpó por falta de tiempo.

Su compañero de habitación escuchó la conversación, y se ofreció a hacer la programación necesaria para replicar el sistema. Hoy Facebook vale 911 mil millones de dólares.

¿Por qué tanta importación? Porque acá hace falta un poco de talento, trabajo en equipo, capital y… agallas. Quizá por eso.