Director de la defendería pública social defensoría pública del estado y amado primo

Esta carta son clave en la carrera del juarense.

Es Juan Gabriel el artista con el que México se sigue dando el lujo de cantarle al amor en todas sus formas de expresión, tanto vocales como dancísticas. A ver que opinas, a ver que opinan…

La cultura popular es aquella que envuelve a una sociedad y la matiza de personajes, de hombres y mujeres, que marcan épocas de sonidos y sombras, escénicas o vocales. Pintorescas, aplaudidas y no gustadas, pero si aceptadas como parte de un tiempo y un espacio, o si su grandeza, es más, eternas y clásicas.

Mientras que en el México conservador de los 30´s y 40´s un “Flaco de oro” se ponía traje y tocaba al piano cantándole a las “aventureras” y “perdidas”; en los 50´s y 60´s un “Rey” -al sonoro rugir del tequila- lloraba y lloraba por “Ella” o “Por la que se fue”, ambos machos bragados, uno clásico enamorado y otro con sombrero charro… crucificados en su momento, hoy siguen siendo parte del panorama folclórico del México que sigue -seguimos- cantando sus canciones…

Es 1971 y en tanto que de la mano del líder Luis Echeverria entramos “¡arriba y adelante!” a una época que quiere olvidar los desencuentros entre el orden-establecido contra la rebeldía-temporal (las melenas, los hippies, el rock and roll, la liberación sexual y The Beatles) surge una voz amanerada -que hoy celebramos sus 71 años de nacimiento- cuyas letras empiezan a causar un revuelo general, primero en ellas, que con ternura se enamoraron del “que no tiene dinero ni nada que dar”, para no soltar jamás al cantautor que a fuerza de lidiar con “el qué dirán” social de los gustos masculinos, pasamos a una época de “me gustan dos o tres, pero vamos al Palenque a verlo, hace buen show”, tratando de disimular hipócritamente un aplauso detrás de la época y el gusto hacia a quien logró conquistar desde la más humilde enamorada hasta el más engallado-gallero.

Esa crítica inicial a su carrera vino porque a “JuanGa” se le ocurrió cantarle al amor… pero no con el tierno magisterio de Manzanero, si no con la experiencia de los suyos y la propia. Al amor a través de una “Querida que cada momento de su vida piense en él cada día”; al amor traicionero que juega y pierde con “Ases y Tercia de Reyes, que enseña su juego y se da cuenta que nada tiene”; al amor del bueno; al amor despechado “que inocente pobre amigo –advierte- no sabe qué va a sufrir, que sobre aviso no hay engaño y sabe muy bien que se va”; al amor interesado, “el que no quiso casarse aquel tiempo cuando se lo propuso”; al amor que se va y al “Amor eterno”, ese que hoy en día, todo México rompe en llanto para despedir a un ser querido un día sí y otro también, en un funeral o en una borrachera…

Esta primera imagen refleja ese inicio. No al artista, él siguió siendo él mismo. La imagen va más allá. Los cinco o seis miembros de su grupo quienes, con dos guitarras, una batería y el clásico amplificador setentero, empezaron a acompañar a quien debió aguantar los insultos machistas de una generación que no respetaba ni modos ni formas -hoy no lo hacemos, “cuantimás” ayer- por ser un jovencito “rarito” que “canta bonito y le gusta a mi vieja”.

La imagen va más allá. Es el Palenque de San Luis -de la antigua feria, hoy terrenos de la Ciudad Judicial- o el de cualquier ciudad que lo anunciara en la variedad a “Juan Gabriel”.

¿Y quién era?, “apenas va empezando y trae buenas canciones. ¡Pues vamos!”.

El graderío vacío superior de aquella noche de 1971 contrasta con los llenos que provocaría años después… Apenas nacía la estrella.

Hablar de Juan Gabriel es hablar de un autor cuyas letras han enmarcado y siguen vivas en el imaginario de un pueblo que convierte a sus ídolos en ideales, en este caso musicales.

Baladas, rancheras, disco, polkas, norteñas, rumbas, huapangos, pop, banda y otros géneros más, fueron los que lo sostuvieron desde ese 1971 hasta su desaparición física en 2016. Y en el trajinar de esos años triunfantes por su fama interminable de tantos y tantos LP´s tan clásicos o canciones tan actuales como antiguas, hay dos fechas que con esta efeméride quiero resaltar…

Es 1984 y por eso, no es casual que su disco “Recuerdos II” siga siendo el disco más vendido en toda la historia de la música en México y en español: ¡16 millones de copias vendidas! (¿Y después? Aahh José José y Luis Miguel) y “Querida” -de ese álbum- siga siendo la canción que más se ha mantenido en las ondas radiofónicas de la historia musical de nuestro país: ¡18 meses!. ¿Y después? Ninguna.



Y 1990 y en la cumbre de su éxito supremo, en la cúspide de la fama y la fortuna, palenques, reconocimientos, discos y canciones, osa tocar las puertas del recinto cultural más importante de nuestro país. Ese atrevimiento provoca el rechazo de los cultos defensores del mármol y rumbosa parafernalia artística del escenario de Amalia Hernández y su Ballet Folclórico o el de María Callas y "La Traviata" de Verdi: el Palacio de Bellas Artes. Alegaron que “lo más bajo del publico populachero de un estudio de Televisa se quedaría corto cuando en un palenque se convirtiera este sagrado recinto”, y el resultado: el colofón artístico más importante en el recinto superior de las bellas artes, interpretado por el ídolo máximo de una sociedad y cultura musical por excelencia: la mexicana.

Y aun y en contra de la crítica de algunos altos burócratas salinistas -que de todos modos fueron, porque “el Señor y su esposa iban a ir”- y con la defensa sabia de grandes plumas como Ali Chumacero o Carlos Monsiváis en 8 horas se agotaron los boletos de 4 días de fechas, del que se sigue registrando -según el gran critico Jaime Almeida- como el más grande e importante concierto de la música en México: Juan Gabriel en el Palacio de Bellas Artes con la Orquesta Sinfónica Nacional.

Los arreglos musicales, los coros, la orquestación, sus letras mismas, el escenario, las condiciones, en esas presentaciones son el resultado de un trabajo que ese México había hecho suyas. Precisamente esa popularidad y fama que el público mexicano le había brindado por casi 2 décadas -y a la fecha- fueron el aplauso que le permitió que su “Mariachi Arriba Juárez” bailara junto con la primera y segunda violinista y con el del fagot “Hasta que te conocí”, no en un gesto de irrespeto, sino el de una aceptación viva de la música de un artista que había conquistado todo escenario posible de México.

Sin duda la calidad moral y más grande responsabilidad artística de interpretar cualquier nota de una partitura en este país la tiene la Orquesta Sinfónica Nacional. Sigue siendo 1990 y envuelta en la polémica de ese mítico concierto, abrió el telón -maravilloso, por cierto- con sus clásicas: “No discutamos”, “Mi Fracaso” y “Adiós amor te vas” instrumentalmente. Se abría para confirmar la consagración del artista…

Esta imagen es la continuación melancólica de la anterior. Del reducido grupo a la gran Orquesta, del semilleno escenario al inmenso recinto abarrotado… ¿Y el artista?, él siguió siendo él mismo.

Como lo fue en cada Palenque, en cada escenario, en cada feria, en cada disco que sigue vendiendo, en cada bohemia en que los parroquianos tomen una guitarra y sigan entonando las creaciones de un artista, que es pilar de la cultura popular y folcklorica de un país, cuyo corazón enamorado, despechado y musical admite en sus canticos y entonaciones, darse el lujo de acompañar a Juan Gabriel.

Hace 72 años nació el artista. Hoy solo nos queda agradecer a la vida seguir escuchándolo, como decía su canción “De mi enamórate”: “eso quiera Dios”.

Y adiós.

Gustavo I. Robledo Guillén