Saramagia: Testimonios y recuerdos sobre José Saramago’, por Marisol Schulz | Fragmento

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Presentamos el capítulo El portugués más mexicano, escrito por Marisol Schulz Manaut, directora de la FIL Guadalajara. El libro fue coordinado por Alma Delia Miranda, una cortesía de Editorial Grano de Sal.

Las dos últimas décadas de su vida, por diversos motivos, José Saramago estuvo muy unido a México. Primero, porque su literatura se publicó y difundió en gran parte gracias a las ediciones de Alfaguara México y, segundo, porque su postura política lo acercó a las comunidades indígenas mexicanas, en particular al movimiento encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y su búsqueda de justicia. En esa época tuve la fortuna de atestiguar de primera mano ese acercamiento, lo que me valió el cariño y la amistad del escritor portugués y de su compañera, Pilar del Río, con quien todavía mantengo una relación muy estrecha, que se fortalece con el paso de los años. Por ello, recordar los vínculos de José Saramago con México me lleva por necesidad a escarbar en el baúl de los recuerdos personales y a teñir este texto de anécdotas en primera persona. No recuerdo bien el año, pero en definitiva fue antes de que obtuviera el premio Nobel de Literatura (que se le otorgó en 1998). Tal vez fue en 1996 o 1997, cuando en las oficinas de Alfaguara México, a la sazón dirigida por Sealtiel Alatriste, se contrató lo que en la jerga editorial se conoce como el backlist, o catálogo, de las obras de Saramago. A la editora Freja Cervantes y a mí —como gerente editorial de Alfaguara, que por aquel entonces pertenecía a Grupo Santillana— nos asignaron la edición de El año de la muerte de Ricardo Reis. En aquellos años —aunque suene a que pasó en la Edad de Piedra—, para poder consultar a un autor sobre nuestros comentarios y correcciones a cualquier edición teníamos que recurrir al fax, el teléfono o, en menor medida, el correo electrónico. La premura de la publicación nos hizo entrar en contacto vía telefónica con Saramago y, muy en particular, Pilar del Río, quien además de su esposa era su traductora al español. Ahí comenzó la relación. A finales de ese año, el 28 de diciembre de 1997, ocurrió una de las matanzas más vergonzosas y dolorosas que han tenido lugar en México: 45 hombres y niños del pueblo de Acteal, en el estado de Chiapas, fueron masacrados por un grupo paramilitar opuesto al EZLN. Ese mismo mes, con Chiapas en la mente, José Saramago escribió en su diario, publicado bajo el título Cuadernos de Lanzarote II (1996-1997): En marzo iré a México, donde estaré dos semanas, primero impartiendo un curso en la Universidad de Guadalajara, luego participando en un ciclo de conferencias en la capital. Menciono estas obligaciones profesionales de escritor simplemente para decir que, en el mismo viaje, otra obligación me conducirá a Chiapas. Esa obligación es moral. Y más adelante, señala: La vida […] está donde suele estar, abajo, perpleja, angustiada, murmurando protestas, rumiando cóleras, a veces bramando indignaciones, otras veces soportando callada, torturas inimaginables, humillaciones sin nombre, desprecios infinitos. Por eso iré a Chiapas. […] Llevan ya cinco siglos de existencia esos desprecios, esas humillaciones, esas torturas, y siento que es mi deber de ciudadano del Mundo (asumo la retórica) escuchar los gritos de dolor que de allí salen. Y también sus protestas y sus cóleras. Tres meses después de los sucesos de Acteal, en marzo de 1998, Carlos Fuentes organizó un encuentro que marcó la vida intelectual de finales de siglo en nuestro país: el foro Nueva Geografía de la Novela, al que invitó a destacados intelectuales de todo el mundo —entre quienes se encontraban Juan Goytisolo, Nadine Gordimer, J. M. Coetzee, Susan Sontag y por supuesto José Saramago—. El escritor portugués aceptó, con la intención de aprovechar el viaje para ir a Chiapas, y en efecto, siempre de la mano de Pilar, visitó el estado en esos días en compañía de Carlos Monsiváis, Sealtiel Alatriste y el periodista y poeta mexicano Hermann Bellinghausen. Ese viaje y enfrentar la realidad indígena mexicana, así como el dolor de los deudos de la matanza de Acteal, habrían de cimbrarlo hasta la médula por el resto de sus días. El propio Sealtiel Alatriste, en un artículo que escribió para el diario español El País, narra los acontecimientos que atestiguaron en Chiapas: Vimos a los niños sobrevivientes, las heridas cicatrizadas en sus cuerpecitos, hablamos con los pocos adultos que pudieron escapar a las balas y nos enteramos de que, cuando los paramilitares fueron cercando el caserío, ellos, sus pobladores, estaban rezando en la iglesia. “No se muevan”, dijo el sacerdote cuando escuchó los disparos, “que nos maten juntos”. Eso les dijo, esos nos dijeron a nosotros. Pasó un rato y salieron de la iglesia todos juntos, y juntos se fueron a una hondonada creyendo que ahí estarían más seguros, pero ahí, rezando, los cazaron. No hay otra expresión para describir lo que hicieron: los cazaron. Al regresar Saramago de aquel viaje por Chiapas —al que, aclaro, no pude acompañarlo—, desde Alfaguara organizamos un encuentro con la prensa en Casa Lamm, donde el escritor, conmovido, lloró en público al recordar la experiencia que acababa de vivir. Chiapas y México se quedarían para siempre en su memoria, en su vida y en su preocupación por un mundo más justo, un mundo mejor. Esta convicción se refrendó cuando, a finales de 1998, después de la ceremonia de recepción del premio Nobel de Literatura, José Saramago regresó a nuestro país, para una vez más encontrarse con los dirigentes zapatistas. Ese compromiso y su solidaridad con los desheredados de la tierra mexicana habrían de reiterarse muchas veces más. Su presencia en distintos actos públicos, ya fuera en Chiapas, Guadalajara, Ciudad de México, Morelia, o el Estado de México, siempre estuvo aderezada por el inmenso cariño que el público mexicano le tuvo. Y por supuesto, en cada ocasión volvió a hablar siempre de su compromiso y deber para defender las causas más justas y las luchas por los derechos humanos de la población indígena, en especial la de Chiapas, aunque eso le trajera muchos roces con el gobierno mexicano.