Salvo que una sorpresa ocurra, el día de hoy el Consejo de Ministros de España hará –o ya lo habrá hecho– la declaratoria del estado de alarma para la comunidad de Madrid.

Con ello, el gobierno está en capacidad de establecer medidas extraordinarias que restrinjan la movilidad, podrá hacer uso especial de instalaciones privadas mediante requisas y la imposición de sanciones, entre otros poderes.

La resistencia de la comunidad de Madrid a aceptar las restricciones habrá conducido a esta condición que puede durar dos semanas por decisión del Consejo de Ministros o por un tiempo indefinido, si tiene el respaldo del Congreso de los Diputados.

Refiero este caso como emblemático de dos hechos.

El primero, de la virulencia con la que está golpeando la segunda ola de contagios de Covid-19.

En esta segunda ola, el contagio ha sido mucho peor que en la primera. Han llegado a darse días con casi 32 mil casos nuevos. Sin embargo, el aprendizaje médico ha limitado el número de fallecidos y hospitalizados.

El segundo es el conflicto político que se presenta. Las autoridades locales buscan evitar los cierres que golpearían la actividad económica de las localidades, más aún en ciudades como Madrid. En tanto, las autoridades nacionales observan la crisis sanitaria que podría ocurrir si no se toman decisiones drásticas.

Hasta ahora, como aquí le he descrito, los datos registrados no soportan la evidencia de una segunda ola en México… ¡porque la primera no ha terminado!

Cuando comenzó la pandemia en el mundo, algunos pensaron que en nuestro país no íbamos a sufrir como lo estaban haciendo países como España o Italia, porque aquí éramos diferentes.

Hoy, hay quien puede pensar que el crecimiento de los contagios se dio allá, pero que aquí no ocurrirá. No es algo imposible, pero lo más probable es que tengamos un ciclo epidémico parecido.

La discusión de España, que le refería antes, podría darse en México en cuestión de semanas o meses. Es decir, la de autoridades que buscan instrumentar medidas de confinamiento más restrictivas frente a otras que defienden la movilidad.

Al escuchar a diversos empresarios pequeños y medianos que ya han asimilado que no habrá recursos públicos para apoyarlos, les aterra la mera posibilidad de que haya restricciones adicionales a la movilidad.

Las empresas que pudieron librarla y a partir de junio –más o menos– empezaron a operar y a vender, saben que otro cierre podría ser fatal.

Pero, del otro lado, está el riesgo de que una reactivación rápida de contagios implique un nuevo disparo de hospitalizados y fallecidos. Sobre todo, en un país en el que, como dice la máxima autoridad en el combate a la pandemia: “los que fallecieron, fallecieron”.

No sé si el día de hoy se cambie el color del semáforo en la Ciudad de México, pasando del naranja, que ha durado 15 semanas, al amarillo.

Pero, al margen de que se dé ese paso, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, adelantó ayer que se anunciará la ampliación de las actividades que pueden reabrirse.

Ojalá se pudiera reabrir todo sin restricciones este fin de semana. Eso es algo que desearíamos casi todos.

Pero, las lecciones de otras partes del mundo nos muestran que podría ser contraproducente.

No vayamos a pensar, una vez más, que somos una ‘raza resistente’, a la que no le hacen nada las adversidades. Decenas de miles de muertos dan cuenta de que no es así.