De un grupo de campesinos a 95 millones de miembros: el partido comunista chino cumple 100 años

La única formación del mundo con organizaciones en todas las empresas, pueblos, escuelas y comunidades del país celebra estos días un siglo de Historia

Los residentes en Pekín que padecen esquizofrenia y trastorno bipolar llevan varios días recibiendo visitas a domicilio o llamadas telefónicas de funcionarios locales. Quieren asegurarse de que las personas con enfermedades mentales se van a quedar en casa esta semana. Hay fiesta del partido, por eso no pueden salir. Como si de una cuarentena se tratara, pero por otro tipo de virus, uno más nacionalista y eugenésico, que lleva a unos razonamientos difíciles de argumentar fuera de China.

Los mismos funcionarios también fueron puerta por puerta en uno de los distritos del centro de la capital, revisando los registros de viviendas y confirmando el número de personas que vivían en cada dirección. “El contrato de alquiler sólo está a su nombre, pero los vecinos dicen que usted vive con una chica. Necesito todos los datos de ella y comprobar que no hay nadie más en el apartamento”, solicitaba el martes por la tarde un hombre que se presentó como empleado de la oficina de distrito, justificando que tenía la orden de hacer esos controles antes de la gran celebración del jueves por el centenario del Partido Comunista Chino (PCCh).

Es como celebrar una fiesta de cumpleaños que llevas preparando más de un año, y antes intentas hacer todo lo posible para que no te la estropeen los vecinos que te pueden causar problemas. O que simplemente te caen mal. Como aquellos que están en la lista negra de Pekín. La mayoría son personas mayores que pasaron por prisión tras participar en alguna protesta en el pasado, como la de los estudiantes de Tiananmen en 1989. Para prevenir cualquier acto molesto en los grandes aniversarios, las autoridades suelen utilizar arrestos arbitrarios domiciliarios o enviar a estas personas una semana de relax a las playas del sur o a parajes naturales perdidos en el interior, siempre vigilados por policías o funcionarios. Son vacaciones forzadas pagadas por el Gobierno chino.

Estos días, Pekín está adornado con todo tipo de arreglos florales patrióticos y banderas nacionales. Ha aumentado la vigilancia en las calles, con controles policiales en las rotondas y grandes avenidas cortadas. También en el ciberespacio, con los sistemas de censura a pleno rendimiento para que no se cuele en el internet chino ningún comentario negativo hacia la gran fiesta del partido que controla absolutamente todo lo que ocurre en el país más poblado del mundo.

DE UNA REUNIÓN CLANDESTINA A 95 MILLONES DE MIEMBROS

El PCCh ha reescrito su propia historia. Una que comienza con una reunión clandestina de 53 personas en una casa de Shanghai y que va hasta los casi 95 millones de miembros que tiene hoy en toda China. El 71,2% son hombres. Hay más chinos con el carnet del PCCh que habitantes en Alemania. El partido ha impulsado el movimiento político más grande jamás visto. A lo largo de 72 años de gobierno de partido único, por China han pasado siete presidentes, se han adoptado muchas reformas y permitido breves períodos de liberalización, que casi siempre fueron seguidos de una represión aún más dura.

El éxito del PCCh fue mejorar la calidad de vida del pueblo chino progresivamente. Abolió los impuestos rurales, creó un sistema de bienestar con pensiones, atención médica subsidiada y convirtió pueblos de pescadores en grandes ciudades industriales y tecnológicas. Aunque no hay que olvidar los episodios oscuros, muchos borrados de los libros de texto chinos: la hambruna durante el Gran Salto Adelante, la caza de intelectuales en la Revolución Cultural de Mao Zedong, o la masacre de Tiananmen con Deng Xiaoping ordenando a su ejército disparar a los estudiantes que protestaban contra la corrupción.

La China de hoy es más rica que la de hace una década. También asegura que ha erradicado la pobreza extrema y va disparada -a eso aspiran- a ser la próxima superpotencia hegemónica. En cambio, hay mucha menos libertad de expresión que antes. Es un comentario unánime entre los diplomáticos extranjeros veteranos de Pekín, convencidos de que ha sido la flexibilidad ideológica del partido la que ha contribuido a su longevidad mientras sus hermanos de nombre en otros países se destruían o decaían. El ejemplo que nunca quisieron seguir lo tenía en el vecino de arriba con la Unión Soviética. “Este hombre parece inteligente, pero en realidad es estúpido”, comentó el ex líder chino Deng Xiaoping después de reunirse con el último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov en 1989.

UN PARTIDO EN CADA EMPRESA, PUEBLO, ESCUELA

El PCCh nació de una organización comunista con decenas de personas de una corriente ideológica de izquierdas para desafiar al Kuomintang gobernante con un ejército campesino como su fuerza principal. Ganó. Mao Zedong fundó la República Popular China. Y, después de muchos años y penurias, el partido de los campesinos se convirtió en un partido de la clase media. Mejor educado, preparado y mucho más rico. Es el único partido político en el mundo que tiene organizaciones de base en todas las empresas -medianas y grandes-, pueblos, escuelas, institutos de investigación, comunidades, organizaciones sociales y unidades militares del país.

“El PCCh se ha adaptado a la evolución y diversificación de la población en la era post-Mao: por ejemplo, desde 2001, ha autorizado a empresarios y profesionales del sector privado a afiliarse. Más recientemente, ha diversificado sus técnicas de propaganda (telenovelas, aplicaciones para teléfonos inteligentes o canciones de rap que glorifican al partido) en un intento de parecer más atractivo entre la población joven. Pero los fundamentos del PCCh no han cambiado: los métodos de control utilizados durante la era de Mao siguen vigentes. Referencias al marxismo y al maoísmo siguen siendo muy frecuentes, y Xi Jinping no duda en reivindicar la superioridad del socialismo sobre el capitalismo”, explica para este periódico Alice Ekman, analista senior sobre Asia del think tank European Union Institute for Security Studies y autora del libro ‘El ideal comunista chino’.

“El partido se basa en un sólido sistema de vigilancia de la sociedad, que mezcla vigilancia humana y tecnológica. Este sistema, y el miedo que genera entre la élite del partido y parte de la población, está limitando fuertemente el surgimiento de cualquier oposición o alternativa política. Es muy probable que este sistema se mantenga vigente en los próximos años, al menos mientras Xi Jinping permanezca en el poder”, opina Ekman.

“La legitimidad del PCCh se basa en la narrativa de que todo lo que es bueno para el partido es bueno para China. Tras las reformas de apertura impulsadas por Deng Xiaoping, que dieron falsas esperanzas sobre una posible superación del régimen a nivel político, el liderazgo de Xi Jinping ha traído consigo cambios sustanciales para el PCCh, y, por tanto, para China, en términos de centralización y jerarquización del poder. Entre ellos, podemos destacar la reforma en 2017 del artículo 79 de la Constitución china que imponía un límite de dos mandatos para la figura del presidente, y que ahora tiene vía libre para ser reelegido de manera indefinida”, subraya Patizia Cogo, presidenta de la organización European Guanxi, que analiza las relaciones entre China y la UE.

Otra visión del futuro del partido tiene la profesora Minxin Pei, del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI). “Los seres humanos que se acercan a los 100 años normalmente piensan en la muerte. Pero los partidos políticos que celebran sus centenarios están obsesionados con la inmortalidad. Tal optimismo parece extraño para los que gobiernan en dictaduras, porque su historial de longevidad no inspira confianza. El hecho de que ningún otro partido de este tipo en los tiempos modernos haya sobrevivido durante un siglo debería ser motivo de preocupación para los líderes chinos, no de celebración”, opina Pei.

CRÍTICAS FUERA DE CHINA

La profesora habla de que en China hay una regla del miedo permanente. No solo para la gente común, sino también para las élites del PCCh, ya que Xi restableció las purgas bajo el disfraz de una campaña perpetua contra la corrupción. La censura está en su nivel más alto y el régimen prácticamente ha dejado sin espacio a la sociedad civil, incluidas las ONG. Incluso ahora está en plena campaña de persecución contra los grandes empresarios, como Jack Ma de Alibaba, con fuertes medidas regulatorias de antimonopolio. En Pekín lanzan un mensaje claro: nadie está por encima del partido.

Al mismo tiempo, bajo el gobierno de Xi, China se ha ido alejando de su vieja y discreta política exterior. Aparecieron los wolf warriors, los diplomáticos más ruidosos y agresivos. Llegó la expansión militar de Pekín hacia el Mar del Sur, con fijación especial en Taiwan y en defender que la isla era una más de sus provincias. Así como el despliegue de la diplomacia de chequera en las naciones en vías de desarrollo y el acelerón en la carrera armamentística, tecnológica y espacial.

Todo esto ha provocado la antipatía de muchos países, con Estados Unidos a la cabeza. Hace tiempo que los expertos en relaciones internacionales hablan de que estamos en una nueva Guerra Fría. En los últimos años, a las autoridades chinas les llueven más críticas desde las democracias más grandes (G7) o la OTAN, que no callan ante la violación de los derechos humanos de los musulmanes uigures de Xinjiang o la represión de los demócratas de Hong Kong. La ex colonia británica se ha convertido en el nuevo centro de operaciones del PCCh. El centenario del partido coincide además con el primer aniversario de la ley de seguridad nacional que impuso en Hong Kong para frenar las protestas en su hijo más díscolo que cada día se parece más a cualquier provincia mansa de China continental.

El ruido y las críticas no distraen al PCCh, que presume de que mientras otros países quieren “interferir en los asuntos internos de China”, ellos han conseguido ser los únicos que tienen una economía que ha crecido en medio de una pandemia. El orgullo nacional se ve en cada esquina de Pekín durante las celebraciones por el centenario. Si no son flores, son banderas. O fuegos artificiales.

O abuelas bailando canciones con letras patrióticas. O carteles muy grandes con un mismo mensaje: “Sin el Partido Comunista, no hay nueva China”. Todo va en la misma dirección. Tampoco puede ser otra forma en un país en el que está prohibido desobedecer o llevar la contraria al partido.